7 de mayo de 2013
«Cierto día tuve que jugar un partido [de tenis, en la universidad] importante con un contrincante difícil. Ya había perdido el primer set y estaba perdiendo el segundo por cuatro juegos a dos. Hasta entonces, había hecho un esfuerzo desmesurado para que no me eliminaran, y el sudor me corría a chorros por la frente; de pronto, se me ocurrió pensar en mi apurada situación y en su importancia para la futura evolución del hombre y vi claramente todo el humor del momento. Súbitamente mi situación pasó del futuro (¿quién ganará? ¿qué diré si pierdo?) al presente (el contacto de la raqueta, el olor de la tierra de la pista). Sin pensarlo, comencé a jugar de una forma soberbia. Gané el segundo set, y el tercero quedó en un empate a seis juegos, lo que obligó a seguir jugando. Recuerdo con toda claridad mi sensación de desapego en aquellos instantes, a pesar de que el entrenador y el público se habían congregado junto a la pista. Durante la prórroga jugué el mejor tenis de mi vida, ganando todos los puntos sin esfuerzo. Algo ganó el partido.»
- MICHAEL GELB, El cuerpo recobrado -
Una situación del tipo de la que aquí nos cuenta Gelb me recuerda a lo que Maslow llama experiencias-cumbre. Estas experiencias, a las que pueden acceder todos y cada uno de los seres humanos, independientemente de su nivel socioeconómico y cultural, son esos momentos pasajeros, fugaces, pero que al mismo tiempo son percibidos como eternos en la media en que cuando se producen nada importa. No hay exigencias, no hay comparación, no hay nada mejor ni peor. Son momentos en los que se está. Es una felicidad, una felicidad con los ojos entornados, con la frente quieta, con la espalda en línea... aunque lo que se esté haciendo suponga un movimiento; cada paso te lleva al siguiente, sin saber ni siquiera cuál es el siguiente ni dónde estaba cuando empecé. Algunos lo han llamado iluminación momentánea o inspiración; otros como Csikszentmihalyi lo llaman estado de flujo o, simplemente, fluir.
¿Nunca os ha pasado algo así? Como apunta Maslow, una experiencia-cumbre puede ocurrir en un estado contemplativo y no de acción: escuchando música, viendo un cuadro, ante un paisaje o en un día tonto, viendo llover por la ventana. La sensación es de todos modos como la de jugar. A mí con el tenis, ni siquiera a un nivel amateur como aquí al amigo Gelb, no me ha pasado, desde luego, la relación más cercana que tengo con los deportes de raqueta son las paletas de playa, y nunca he competido, la verdad. Sí que me ha ocurrido en un deporte que practicaba sobre todo siendo adolescente, el baloncesto. Pertenezco a una generación que se crió viendo la ACB y soñando con la NBA, con los duelos Lakers y Celtics, con los Bulls de Jordan y los Blazers de Drexler, con las Final Four europeas, cuando los casi imbatibles equipos yugoslavos eran el eslabon natural entre la liga americana y las por entonces inferiores europeas. Cuando pasaba de chaval tardes y tardes intentando imitar los movimientos de todos aquellos superhéroes. Al fin y al cabo, jugando.
Me viene a la mente una entrevista que oí a por entonces uno de mis jugadores favoritos, Joe Dumars. Detroit Pistons, los Bad Boys de la NBA de finales de los 80 y principios de los 90, equipo duro en defensa, protestón y guerrero en ataque a más no poder, pero de una calidad exquisita. Lo más fino en mi opinión -y me consta que no soy el único que piensa así- era el saber estar de Joe Dumars. Recuerdo que en la entrevista este señor de la cancha hablaba de momentos durante un partido en los que, de repente, todo le salía bien. No es que todo lo que lanzara entrara, o que siempre diera el pase correcto o la defensa justa, no. Era la sensación de que todo estaba bien, de que no hay presión, ni externa ni, sobre todo, interna. Él hablaba de entrar en una especie de trance, una gracilidad nueva en la que todo se desarrolla rítmicamente, de forma casi natural, como si cada paso, movimiento, carrera, fuera seguido de algo que era lo que lógicamente tenía que suceder. Como respirar, creo que incluso decía. Todo a cámara lenta. Él lo llamaba la zona: entrar en la zona suponía un nuevo estado de conciencia basado en la afirmación sensorial y constante de que lo que estás haciendo está bien, una retroalimentación en cada acción que te confirma que no hay que hacer nada más.
Yo ahora, desde mi experiencia, diría que es un contacto, contigo y con los demás. Recuerdo alguna vez, jugando yo al baloncesto, haber sentido precisamente eso de lo que tan bien hablaba Mr. Dumars: como que vas flotando, como que de repente caminas por encima del suelo pero que cuando pisas tu pisada es más potente, tomas fuerza y saltas más, desde la tierra como un muelle. De repente, tu mirada se hace más clara, más panorámica, y sí, todo va más lento. Y por supuesto, liberado de expectativas y consecuciones inmediatas de fines, disfrutas COMO NUNCA. Al fin y al cabo, las palabras que usa la gente para intentar describir esos estados son más o menos siempre las mismas, como han demostrado Maslow y los otros que he nombrado, y en este sentido también es por ello algo que nos une a todos los humanos, sin discriminar. Esas sensaciones, esas emociones, esa gracia, fluidez, contacto, lentitud, quizá no dura mucho, en un partido de baloncesto creo que no más de 20 minutos, pero sienta tan bien. Piensas, ¿no se puede estar siempre así?... Y ya entra la mente crítica y destroza esa emoción.
Muchas veces me ha venido también ese estar en la zona con la música. Es clave en mi vida: escucharla, sí, pero también tocarla, bailar con ella. El escalofrío a veces es tan grande que creo que mi voz se va a a romper, que no lo voy a sostener. En estos momentos, es posible llorar. Son momentos en los que no pasa el tiempo. Mejor, que el mundo se detiene, pero al mismo tiempo sigue. Más lento.
Gelb, defensor de métodos de conciencia corporal, insite en que la solución a muchas tareas en apariencia difíciles no consiste en "esforzarse más", como muchas veces desde la escuela o el entorno familiar nos han educado, sino en dejarse uno mismo en paz. Esto para los niños y niñas de temprana edad, los grandes maestros en el método de ensayo y error como estrategia de aprendizaje, es pan comido, de hecho ni siquiera existe ese problema. Es el juego como exploración y conocimiento. Cada vez que no podamos soltar, me parece interesante recordar la propuesta de Maslow, el partido de tenis de Gelb y los fantásticos tiros a canasta de Dumars cuando se encontraba en la zona. El juego se hace sólo jugando.
Una situación del tipo de la que aquí nos cuenta Gelb me recuerda a lo que Maslow llama experiencias-cumbre. Estas experiencias, a las que pueden acceder todos y cada uno de los seres humanos, independientemente de su nivel socioeconómico y cultural, son esos momentos pasajeros, fugaces, pero que al mismo tiempo son percibidos como eternos en la media en que cuando se producen nada importa. No hay exigencias, no hay comparación, no hay nada mejor ni peor. Son momentos en los que se está. Es una felicidad, una felicidad con los ojos entornados, con la frente quieta, con la espalda en línea... aunque lo que se esté haciendo suponga un movimiento; cada paso te lleva al siguiente, sin saber ni siquiera cuál es el siguiente ni dónde estaba cuando empecé. Algunos lo han llamado iluminación momentánea o inspiración; otros como Csikszentmihalyi lo llaman estado de flujo o, simplemente, fluir.
Michael Gelb, tenista ocasional, entre otras cosas |
Psicólogos y educadores humanistas como Maslow o Csikszentmihalyi, o como el ya citado en estas páginas Ken Robinson, se han preocupado por buscar el denominador común que caracteriza a todas esas experiencias. Incluso han intentado precisar las condiciones necesarias para que se den. Maslow, que es uno de los primeros en llamar la atención sobre este aspecto de la condición humana -y que repito está en todos y todas y que es algo que en realidad nos une y no nos separa-, afirma que estas experiencias-cumbre nos acercan al conocimiento verdadero del ser, de aquello que somos en realidad, y favorecen la autorrealización de la persona. Maslow intentó dilucidar qué caracterizaba a las diversas experiencias-cumbre lanzando a las personas objeto de estudio esta reflexión:
Tras recopilar las respuestas, Maslow sintetizó las características de las experiencias-cumbre en una serie de puntos, como el que la experiencia-cumbre tiende a ser vista como un todo global, como una unidad completa, abstraída de cualquier relación, de cualquier posible utilidad, conveniencia o finalidad; la experiencia puede relativamente trascender el ego, ignorar sus propios intereses y ser altruista; es sentida como un momento autovalidante y autojustificado que contiene en sí mismo su propio valor intrínseco; se da una caracterísitca desorientación respecto al tiempo y el espacio (dicho de otra forma, la sensación que yo por ejemplo experimentaba de niño cuando dibujaba de no percibir cuánto tiempo había pasado desde que empecé el dibujo hasta que lo terminé, ni siquiera de dónde estaba mientras realizaba esa acitvidad); se presenta siempre como una experiencia buena y deseable, jamás como mala o indeseable, es decir, estamos deseando que se vuelva a repetir, incluso nos gustaría estar siempre ahí (en el momento que esto se piensa, se racionaliza, la experiencia-cumbre curiosamente desaparece); son más absolutas y menos relativas que las experiencias cotidianas, es decir, más independientes de las circunstancias concomitantes, percibidas más en sí mismas; posee un sabor especial de admiración, pasmo, reverencia, humildad y rendimiento ante la experiencia como algo grande, un miedo reverente incluso que hace pensar a veces que "no se puede soportar"; se encuentra en ellas simultáneamente la capacidad de abstraer sin renunciar a la concreción y la capacidad de ser concreto sin renunciar a la abstracción; se resuelven muchas dicotomías, polaridades y conflictos; se encuentra la aceptación completa del mundo y la persona, una aceptación que puede ser amorosa, siempre no condenatoria, compasiva y quizá gozosa; se produce la perdida momentánea (aunque no total) de todo temor, ansiedad, inhibición, defensa y control; puede existir una clase de paralelismo dinámico entre lo interior y lo exterior, es decir, que así como el ser esencial del mundo es percibido por la persona, de manera concurrente éste se aproxima a su propio ser; por qué no, el sentirse parte de algo más grande... como le ocurrió a Michael Gelb cuando dice que algo ganó el partido...
Desearía que pensaras por un momento en la experiencia o experiencias más maravillosas de tu vida: los momentos de felicidad, de éxtasis, los momentos de rapto, originados quizá por el amor, por la audición de un fragmento musical o por el impacto repentino de un libro o una pintura, o por un momento de intensa creatividad. Haz en primer lugar una relación de todos ellos. Intenta luego explicarme cómo te sientes en estos momentos críticos, la diferencia entre estos sentimientos y los normales en ti, lo diferente que eres como persona -bajo algunos aspectos- durante estos instantes en particular.
- ABRAHAM MASLOW, El Hombre Autorrealizado -
Maslow ¿en experiencia-cumbre? |
¿Nunca os ha pasado algo así? Como apunta Maslow, una experiencia-cumbre puede ocurrir en un estado contemplativo y no de acción: escuchando música, viendo un cuadro, ante un paisaje o en un día tonto, viendo llover por la ventana. La sensación es de todos modos como la de jugar. A mí con el tenis, ni siquiera a un nivel amateur como aquí al amigo Gelb, no me ha pasado, desde luego, la relación más cercana que tengo con los deportes de raqueta son las paletas de playa, y nunca he competido, la verdad. Sí que me ha ocurrido en un deporte que practicaba sobre todo siendo adolescente, el baloncesto. Pertenezco a una generación que se crió viendo la ACB y soñando con la NBA, con los duelos Lakers y Celtics, con los Bulls de Jordan y los Blazers de Drexler, con las Final Four europeas, cuando los casi imbatibles equipos yugoslavos eran el eslabon natural entre la liga americana y las por entonces inferiores europeas. Cuando pasaba de chaval tardes y tardes intentando imitar los movimientos de todos aquellos superhéroes. Al fin y al cabo, jugando.
Me viene a la mente una entrevista que oí a por entonces uno de mis jugadores favoritos, Joe Dumars. Detroit Pistons, los Bad Boys de la NBA de finales de los 80 y principios de los 90, equipo duro en defensa, protestón y guerrero en ataque a más no poder, pero de una calidad exquisita. Lo más fino en mi opinión -y me consta que no soy el único que piensa así- era el saber estar de Joe Dumars. Recuerdo que en la entrevista este señor de la cancha hablaba de momentos durante un partido en los que, de repente, todo le salía bien. No es que todo lo que lanzara entrara, o que siempre diera el pase correcto o la defensa justa, no. Era la sensación de que todo estaba bien, de que no hay presión, ni externa ni, sobre todo, interna. Él hablaba de entrar en una especie de trance, una gracilidad nueva en la que todo se desarrolla rítmicamente, de forma casi natural, como si cada paso, movimiento, carrera, fuera seguido de algo que era lo que lógicamente tenía que suceder. Como respirar, creo que incluso decía. Todo a cámara lenta. Él lo llamaba la zona: entrar en la zona suponía un nuevo estado de conciencia basado en la afirmación sensorial y constante de que lo que estás haciendo está bien, una retroalimentación en cada acción que te confirma que no hay que hacer nada más.
Joe Dumars, el bueno dentro de los malos |
Yo ahora, desde mi experiencia, diría que es un contacto, contigo y con los demás. Recuerdo alguna vez, jugando yo al baloncesto, haber sentido precisamente eso de lo que tan bien hablaba Mr. Dumars: como que vas flotando, como que de repente caminas por encima del suelo pero que cuando pisas tu pisada es más potente, tomas fuerza y saltas más, desde la tierra como un muelle. De repente, tu mirada se hace más clara, más panorámica, y sí, todo va más lento. Y por supuesto, liberado de expectativas y consecuciones inmediatas de fines, disfrutas COMO NUNCA. Al fin y al cabo, las palabras que usa la gente para intentar describir esos estados son más o menos siempre las mismas, como han demostrado Maslow y los otros que he nombrado, y en este sentido también es por ello algo que nos une a todos los humanos, sin discriminar. Esas sensaciones, esas emociones, esa gracia, fluidez, contacto, lentitud, quizá no dura mucho, en un partido de baloncesto creo que no más de 20 minutos, pero sienta tan bien. Piensas, ¿no se puede estar siempre así?... Y ya entra la mente crítica y destroza esa emoción.
Muchas veces me ha venido también ese estar en la zona con la música. Es clave en mi vida: escucharla, sí, pero también tocarla, bailar con ella. El escalofrío a veces es tan grande que creo que mi voz se va a a romper, que no lo voy a sostener. En estos momentos, es posible llorar. Son momentos en los que no pasa el tiempo. Mejor, que el mundo se detiene, pero al mismo tiempo sigue. Más lento.
Gelb, defensor de métodos de conciencia corporal, insite en que la solución a muchas tareas en apariencia difíciles no consiste en "esforzarse más", como muchas veces desde la escuela o el entorno familiar nos han educado, sino en dejarse uno mismo en paz. Esto para los niños y niñas de temprana edad, los grandes maestros en el método de ensayo y error como estrategia de aprendizaje, es pan comido, de hecho ni siquiera existe ese problema. Es el juego como exploración y conocimiento. Cada vez que no podamos soltar, me parece interesante recordar la propuesta de Maslow, el partido de tenis de Gelb y los fantásticos tiros a canasta de Dumars cuando se encontraba en la zona. El juego se hace sólo jugando.
Leyendolo he entrado en la zona... al salir he recordado esta lectura... Gracias y abrazos http://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=638
ResponderEliminarZhuangzi... se tendrá en cuenta :)
ResponderEliminarA propósito de la conexión oriente-occidente, y lo que surge en medio, un extracto de "El Zen y el arte de los arqueros" de E. Herrigel, un profesor alemán que estudió seis años con un maestro zen. El tipo no acertaba a dar con el secreto de todo esto, en la medida en que el maestro le decía una y otra vez que no tenía que apuntar a la diana sino "a sí mismo". El desconcierto para Herrigel era mayor si cabe cuando en ocasiones daba en el blanco sin merecer la esperada aprobación del maestro. Éste le decía que dejara de pensar en el tiro, que si no lo hacía por fuerza habría de fallar, a lo que otro le contestaba ofuscado que no podía evitarlo. La respuesta del maestro arquero me parece por lo menos simpática, quizá la conoces, en cualquier caso para recordar:
«En realidad, es muy fácil: puedes aprender lo que has de hacer observando una vulgar hoja de bambú. Bajo el peso de la nieve, se va doblando más y más. De pronto, la nieve cae al suelo sin que la hoja se haya movido siquiera. Permanece así, en el punto de mayor tensión, hasta que el tiro caiga de ti. Y así es, por cierto: cuando la tensión se completa, el tiro debe caer, debe caer del arquero como la nieve cae de la hoja de bambú.»
Espero poder echar unas canastas de nuevo con su persona, a todo esto.
Un fuerte abrazo, sero