Bajar la montaña. Recuerdo vivo de Antonio Pacheco



27 de abril de 2016



Ha cruzado la orilla. Se ha ido hacia la luz, al cielo. Ha vuelto a casa. Hoy ha dejado de estar en este mundo Antonio Pacheco Fuentes. He hablado de él, de sus textos, en otra entrada del blog, por lo que de alguna manera quería dejar aquí constancia de su paso a la otra vida. 

A Antonio lo conocí más allá de los libros y de toda abstracción, como guía y maestro, como compañero y como amigo. Nunca dejó de sorprenderme porque nunca estuvo en un pedestal. Lo he visto literalmente hacerse grande para entregarse a los demás y, de este modo, a sí mismo. Lo he visto también hacerse muy pequeñito, sintiéndose triste, enfadado y solo. En definitiva, lo he visto mostrarse, en todas las formas posibles, siguiendo esa frase de Terencio que a él muchas veces le gustaba citar, "nada humano me es ajeno". Esa fue la gran enseñanza que creo hizo como maestro, la de hacerte recordar, con todo el amor, que todos y todas al mostrarnos con honestidad, sin exhibicionismos ni engaños, somos maestros y maestras para los demás, que todos y todas somos despertadores, que si observamos con la conciencia y aceptación adecuadas podemos ver que somos, al fin y al cabo, uno. Que viene a ser, lo mismo. Más allá de nuestras pequeñas diferencias egoicas y de nuestros esforzados intentos por querer tener la razón.

Pema Chödrön, budista a la que también cité en esa otra entrada, cuenta un tanto simpática, de una manera que me recuerda a un Antonio para el que el humor siempre fue importante, cómo se ha mitificado esto de los maestros y del propio proceso de conocimiento. Ella habla de esa imagen típica del "despertar espiritual" como un viaje a la cima de una montaña, una ascensión durante la cual vamos dejando atrás nuestros apegos y nuestra mundaneidad para trascender. El problema de esta metáfora, dice Pema, es que vamos dejando atrás a todos los demás. El sufrimiento continúa igual, es una huida personal que no alivia nada. Más bien, concluye, el viaje se dirige hacia abajo en lugar de hacia arriba, como si la montaña apuntara hacia el centro de la tierra en lugar de elevarse al cielo. Por esos lugares se movía Antonio. No fue un sabio en las alturas. 

Por eso no se fue, y no está, Antonio solo. 

Es verdad eso que se suele decir en estas circunstancias, lo vivo ahora, de que siempre queda la sensación de haberlo tratado menos de lo que debía o de haberlo conocido un poco más. Pero en el fondo, si me paro a sentirlo, sé que esto es solo egoísmo por mi parte porque sé que cuando estuve con él lo doy todo y no es necesario pedir más. Es, basta. Solo hay gratitud. 

Se fue tranquilo, se despidió con amor, con conciencia. Como el escribió en sus últimos días:

 al final de mis días encontré la paz y la unidad, me reafirmé en el sentido de la vida en el que ya creía

Buen viaje, Antonio.

Gracias, gracias, gracias.