Inmersión


15 de febrero de 2015


La he tenido durante mucho tiempo a la vista, junto a la mesita de noche. No era la última imagen que veía antes de dormirme, pero sí que le echaba a veces un ojo cuando no conseguía pegarlo. La miraba casi como una invitación a dejarme caer, a reposar sin miedo a las consecuencias en esa anulación parcial del ego que es el sueño. Me refiero a una postal que me regalaron donde se reproduce el Salto en el vacío de Yves Klein. La foto apareció en el año 1960 en un falso periódico editado para la ocasión. ¡Un hombre en el espacio! era uno de los publicitarios titulares que acompañaron a la imagen. Pocos años antes la URSS había puesto en órbita el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik: con él empezaba la llamada carrera espacial. Se estaba así haciendo realidad ese viejo sueño de la humanidad de volar, más allá de los cielos, de alcanzar las altas esferas. Es por ello que Klein pretendió también lanzarse al espacio...


La foto es evidentemente un montaje: hecha por el amigo del artista Harry Shunk, Klein se lanzó desde lo alto de un muro de la calle Gentil Bernard de Fontenay-aux-Roses, en París, en realidad a una lona sostenida por varios colaboradores que aparecen en la foto original y que fueron posteriormente eliminados y sustituidos por una toma de la calle vacía con un ciclista al fondo, ajeno al supuesto prodigio del «artista del espacio» Yves Klein. Aunque la gente no se creyera el engaño, la imagen fue divulgada como auténtica, en una irónica crítica a los medios de comunicación que venía a recordarnos que no todo lo que aparece en ellos es información, ni siquiera que sea verdad. La realidad como un (foto)montaje no deja de ser un tema muy actual, especialmente desde que irrumpieron las redes sociales y la infinita multiplicación y manipulación de las imágenes e historias que ello ha supuesto. En la línea de Klein, siguiendo en parte su estela, muchos artistas actuales han ahondado en esta cuestión, caso del propio proyecto Sputnik de Joan Fontcuberta, en el que el fotógrafo catalán se autorretratata como si fuera un cosmonauta soviético al tiempo que se presenta como descubridor de unas imágenes y fotografías reveladoras e inéditas que en realidad, rizando el rizo, son pura ficción. De todos modos, este análisis crítico de los medios de comunicación no era lo más importante para Klein y su obra; es un comentario que aquí se hace desde la situación presente que quizá se le escapó a una época como los años 50 y 60 del siglo XX aún no tan saturada de imágenes como la actual.

Dejo a un lado interpretaciones históricas y me paro entonces a mirar de nuevo la foto de Klein. El artista mira hacia arriba, con su cuerpo combado haciendo una curva que sugiere, con un pie aún tocando el muro del que salta, una cierta elevación antes de precipitarse: es un momento álgido, un clímax, el instante máximo de elevación justo antes de la caída -no obstante, la obra también se tituló Obsesión de la levitación. La foto está así tomada en un momento que sugiere que Klein puede tanto estrellarse contra el suelo como salir volando. Es una acción poética, sí, también, como ya sugerí al comienzo de este texto, una invitación a descubrir, algo que va desde el mismo sueño desde el que la contemplo en la mesilla de noche hasta vivir el inexplorado presente. Es de hecho una foto que miro en momentos en los que tengo que tomar decisiones como la que ahora me toca y que iré concretando en otras entradas a medida que se defina. Metáfora así del atreverse, la invitación de Klein es de un feliz optimismo, no eufórico ni autosatisfecho, más bien realista -al fin y al cabo tomó precauciones antes de tirarse del muro- y, sobre todo, inmediato, en el sentido de no enfocado al futuro, a las expectativas o al resultado.

Lo que viene a ser entregarse a la vida. Dejarse flotar y no luchar contra the Undercurrent, la corriente subyacente, esa que está en otra imagen que me gusta mirar como invitación a la inmersión, esa portada del bonito disco de Bill Evans y Jim Hall... 


La cara de Klein en la foto, la amplío y veo una expresión de miedo, el motor del deseo. Y recuerdo a Joseph Campbell, que al hablar del Viaje del Héroe decía:

en la cueva a la que temes entrar 
yace el tesoro que buscas