Falsas experiencias


19 de junio de 2013



Inauguro con esta entrada una nueva sección en el blog. La idea es dedicarla a unir dos temas que me gustan, los viajes y los libros. Ambas cuestiones se encuentran pienso que relacionadas con un par de preguntas que, últimamente lo estoy viendo, son las que las más de las veces me hacen tanto leer como viajar: ¿qué es posible conocer del mundo? y, a su vez, ¿qué es posible, qué puedo, conocer de mí? Los fragmentos que me gustaría citar aquí pertenencen a obras que me han recomendado, libros entonces a los que les tengo especial cariño no sólo por el texto en sí, sino también por venir de quien vienen, por recordarme a ciertas personas y a lo que he vivido con ellas.


Corto Maltés, experto en eso de viajar por el mundo, historias, mapas de todo tipo y por no creerse nada.


No soy Stiller es un libro del suizo Max Frisch. Al protagonista, el tal Stiller -¿o no es él?-, lo encarcelan nada más llegar a Suiza desde Estados Unidos, acusándolo de estar implicado, entre otras cosas, en una importante operación de espionaje internacional. Stiller insiste una y otra vez, al contrario de lo que le dicen todas las personas que van a visitarle a la cárcel, en que él no es la persona que buscan, que ni siquiera se llama Stiller, que están cometiendo un terrible error. Lo que sigue es para mí una sentida reflexión sobre la construcción de lo que percibimos; sobre cómo la cultura, la educación, lo que hemos leído o visto, lo que nos han contado en definitiva, interfiere en nuestra visión del mundo. El exceso de ruido e información contamina nuestras vivencias, hasta el punto de dudar de no ya si son verdaderas sino incluso de si son nuestras. ¿Hemos vivido realmente eso que estamos relatando o es algo que nos viene de prestado, de algo que hemos leído o escuchado? La narración de esas experiencias por parte de Stiller, hombre viajado y de mundo, repleto de experiencias, a un tercero no hace sino aumentar su/la incertidumbre, hasta el punto de desconfiar de su propia identidad, de quién es. Frisch nos plantea lo difícil que es precisamente saber verse a uno mismo y al mundo más allá de versiones oficiales, de imágenes y descripciones prototípicas, de la red cultural en la que nos hallamos atrapados.

Os dejo con las notas del diario de Stiller.


El Sha de Persia
«El doctor Bohnenblust, mi defensor de oficio, tiene naturalmente razón: por más que le cuente cien veces cómo se desarrolla el incendio de una aserradora californiana, cómo se pintan las negras en América o cuál es el color de Nueva York cuando en un anochecer coinciden una nevada con un temporal (se da este caso) o cómo hay que componérselas para desembarcar sin papeles en el puerto de Brooklyn, no le demuestro que haya estado allí. Vivimos en la era de las reproducciones. La mayoría de las imágenes que tenemos del mundo no las hemos visto con nuestros propios ojos o, mejor dicho, las hemos visto con nuestros propios ojos, pero no en su propio lugar: somos auditores, espectadores y conocedores de lejos. Se puede no haber salido de nunca de esta pequeña ciudad y tener todavía intacta la voz de Hitler, ser capaz de reconocer al sha de Persia a tres metros de distancia, saber cómo brama el monzón en el Himalaya o qué aspecto tiene el mar a mil metros de profundidad. Hoy en día todo el mundo puede estar al corriente de todo, y, sin embargo, yo no he estado nunca en el fondo del mar ni me he acercado (como los suizos) a la cima del Everest. Con la vida interior del hombre ocurre lo mismo. Todo el mundo está enterado de todo. ¿Cómo diablos he de poder demostrar a mi abogado que no debo el conocimiento de mis instintos de asesino a C.G. Jung, el de los celos a Marcel Proust, el de España a Hemingway, el de París a Ernst Jünger, el de Suiza a Mark Twain, el de México a Graham Greene, el del terror a la muerte a George Bernanos, el de la imposibilidad de llegar a nada a Kafka y el de una cantidad de otras cosas a Thomas Mann? Y ni siquiera hay necesidad de haber leído a todos esos autores, los llevamos dentro a través de nuestros amigos, que, a su vez, viven perpetuamente de plagios. ¡Qué época esta! Ya no significa nada decir que uno ha visto peces espada o que ha amado a una mulata. Todo eso se puede haber visto en una buena mañana en una película documental. Tener ideas es algo imposible. Resulta ya muy raro encontrar en esta era un cerebro que se limite a un solo tipo de plagio, y ello es prueba de personalidad, ver el mundo a través de Heidegger y sólo a través de él; nosotros, los demás, flotamos en un cóctel que contiene un poco de todo, sabiamente mezclado por Eliot, y de todo sabemos un poco, pero muy poco, de manera que ni siquiera nuestros relatos del mundo tangible demuestran nada. Para nosotros ya no existe ninguna terra incognita (excepto Rusia). Por consiguiente, ¿a qué tanto hablar, si no demuestro que lo que digo lo he vivido efectivamente? Mi abogado tiene razón. Y sin embargo...»