Ulises en el mástil



17 de julio de 2014


Una buena mañana, un hombre sale al balcón, a la terraza, de su espléndida casa situada a orillas del mar. Siente cómo su cara es refrescada por la brisa mientras escucha reconfortado el sonido de las olas del mar. Otro día perfecto, con todas las comodidades, con todas las seguridades. Y sin embargo, algo falla, ya hace tiempo que está fallando... pero esta vez decide no rechazarlo, no opta por hacer algo, cualquier cosa, con tal de distraerse y evitar así esa extraña punzada en el estómago -unos días, otros es una presión en el pecho que le impide respirar- que últimamente, desde hace unos años, le impide aferrarse a esa sensación tan agradable que proporcionan las olas y la brisa. Lo ha intentado, claro que sí, ha intentado apegarse a esas sensaciones placenteras y evitar su malestar interno. Hoy no quiere dejarlo pasar y escucha lo que se está moviendo. Una especie de nostalgia, una tristeza suave, no agresiva ni represora, que no le roba la energía, le habla esta mañana con más fuerza que las imperecederas brisas y olas, quizá incluso le habla con nueva voz a través de ella. Es un buen día para navegar. Es hora de volver a casa.



Ulises atado al mástil voluntariamente para oír el canto de las sirenas. Todo un reto.



Esta es más o menos la situación de partida de un libro que tengo asociado a las olas y la brisa, de las que afortunadamente disfruto normalmente los meses de verano... me refiero a la Odisea. Y es que en verano, me parece que como a tantos otros a la vista del mar, me da por recordar a su protagonista Ulises y la idea de viajar. Creo además que en general es un libro muy divertido. Vamos, un libro en su forma de aventuras. Pero, ¿por qué es buena la Odisea? Rememoro aquí las palabras de mi amigo Carlos P., cuando dice que cree que cualquier novela valiosa lo es porque tiene, al menos, un personaje valioso, y que si éste personaje nos parece valioso es porque su búsqueda, busque lo que busque, es al final la búsqueda de sí mismo. La búsqueda de nosotros mismos.

El viaje de Ulises es de hecho tan antiguo como el mundo, todos y todas en mayor o menor medida -cambio de casa, le voy decir a ella que la quiero, dejar un trabajo... de ahí en adelante- lo hemos hecho alguna vez, ese viaje motivado por una fuerte sensación de que ya nada es cómo era que nos incita a probar el cambio. Por eso, al final de todo, nos gusta: es el viaje por el que salimos de nuestras aguas seguras y conocidas que supondrá dejar atrás creencias que teníamos por verdades absolutas, compañías que considerábamos eternas, mecanismos de defensa que pensábamos en nuestro orgullo que eran implacables. Es la gran aventura, independientemente la forma que tome, la del descubrimiento de sí.

Hay muchos ejemplos de esto en el libro, pero uno se me presentó especialmente claro a raíz de practicar una herramienta muy útil para conocernos un poquito mejor, la meditación. Aquí ves claramente el juego de la mente de intentar escapar de lo que es, de buscarse distracciones para no comprometerse con la realidad de lo que está pasando y de lo que está pasándote. Como dice una experta en esto de la meditación, porque precisamente se ha frustrado muchas veces con ella, la monja Pema Chödrönmeditar tiene que ver con abrirse y relajarse con lo que surja, sin escoger ni elegir. No está diseñada ni para reprimir nada ni para predisponerse al apego. 



Pema Chödrön


Se me ocurrió hace poco en fin que lo que hace Ulises en el mástil del barco escuchando a las tentadoras sirenas es como una meditación, donde te asaltan todos tus demonios. Las sirenas, como las voces de la mente, tramposa y comodona, nos dicen "sal de ahí", "huye a la búsqueda de placer", "escapa del sufrimiento" y todo eso que suele decir cuando meditas... además de "me duele el codo", "se me ha quedado dormida la pierna" o "me pica la nariz".

Explorar y explorarnos, porque somos el mundo: una transformación de nuestro mundo requiere previamente la propia transformación. No es casual que el autor de esta última frase, Antonio Pacheco, empiece su libro Ego, esencia y transformación con un capítulo titulado "El Viaje" en el que precisamente habla de Ulises:

La travesía es a menudo dolorosa, llena de obstáculos y dificultades, como las que tuvo que vivir Ulises, primero combatiendo en la guerra de Troya, que podemos tomar como un símil de la batalla de la vida, y después en su viaje de regreso a Ítaca, como metáfora del viaje interior, necesario para llegar a nuestro verdadero hogar y habitar nuestra vida en nuestro cuerpo. El viaje no está exento de dificultades: a nuestras batallas interiores se suman las que suponen afrontar la realidad  de las experiencias imprevisibles que la vida nos depara. El camino de la conciencia nos conduce a recuperar el contacto con nuestro ser esencial, necesario para encontrar un sentido a nuestra existencia. No en vano, se ha llamado el viaje del héroe.

Confieso que este primer capítulo, incluido su título, hicieron que el libro de Antonio Pacheco me gustara casi más que la Odisea. Es un libro de trabajo sobre sí a través de técnicas psicocorporales, donde también se habla de meditación, para leer despacio, confiando, explorándolo también, aunque de primera puede que no nos llegue todo lo que dice -a mí me pasó-, un libro vivencial del que me alegro poder hablar en este blog. Una invitación pues a sentarnos con él, estéis en el punto que estéis

Así, poco a poco, conociéndonos mejor, se hace más grácil el regreso a casa.








2 comentarios:

  1. Qué bueno, Juan. La vuelta a casa, el recuerdo de lo que somos. No son malos compañeros de viaje esos que citas, no. Son lo más parecido que se me ocurre a un faro, ya que hablamos de travesías marítimas.
    Te quiero mucho,
    C.

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  2. Amor compartido, compañero, de nuevo gracias :)

    ¡Un abrazo!

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