Murmullos de la Tierra

18 de mayo de 2014


Creo que fue viendo la película de Star Trek -la antigua, la de Leonard Nimoy o Señor Spock- como me enteré de la existencia de esta sonda lanzada al espacio exterior a finales de los años setenta del pasado siglo. Contenía en su interior un disco donde se habían registrado sonidos, saludos en diversos idiomas -incluido, de manera fascinante, el de las ballenas- y músicas de diferentes partes del mundo. El nombre de la sonda: The Voyager, la viajera. El astrónomo Carl Sagan fue uno de sus inspiradores y participó incluso en el comité científico que realizó la selección de músicas que iban a representar al género humano ante posibles oyentes extraterrestres, porque tal era el motivo de enviar a la Voyager a las regiones interestelares, más allá del Sistema Solar: rastrear la posible existencia de vida inteligente fuera de la Tierra y, al mismo tiempo, dejar constancia de que hay vida en el propio planeta Tierra. Al fin y al cabo, ser oídos y confirmar que el ser humano no está solo en el Universo. Un mensaje en una botella a la deriva en el inmenso mar espacial.


El Disco Dorado: jeroglíficos visuales, electrónicos y sonoros. ¡Música para todas las galaxias!

Entonces, siempre he pensado, si algún día nos extinguimos el único rastro, la única huella, de nuestro paso por el cosmos ante otros seres vivos que habiten otros mundos sería este disco. Se recopila aqui por tanto supuestamente lo más representativo de la polimorfa creatividad musical humana. En este sentido, junto a clásicos como Bach o Beethoven, junto a la formidable música popular de los diferentes continentes -por cierto que aquí dejo la lista de temas seleccionados- siempre me ha encantado el hecho de que junto a todo ello esto se encuentre también flotando por el espacio, alegrando la vida intergaláctica. Y que seguirá sonando cuando ya nos hayamos ido.


En todo esto de la Voyager pensaba cuando esta primavera mis amigos Salas M. y Sergio R. me dieron a conocer antropoloops. Concepto alternativo a la world music, y empezando por recopilar diferentes músicas del mundo, antropoloops es un proyecto surgido un poco de la necesidad de dar a conocer esas músicas a las que normalmente no tenemos acceso y que paradójicamente y al mismo tiempo son muchas veces de dominio público, es decir, no tienen derechos de autor. Es un viaje por el planeta a través de algo que realmente nos une como especie, algo que compartimos todos y todas, componentes del género humano, realmente un lenguaje en ese sentido universal por encima de las diferencias y las marcas sociales o de clase que impone el idioma... la música. Para más información de las intenciones de sus autores, visitad su página web, muy recomendable también por su diseño.


De hecho, el diseño es importante también en la configuración del proyecto, ya que antropoloops se basa en tomar fragmentos de esas canciones o músicas de diferentes partes del mundo, las recorta y produce un bucle o loop para con dichas piezas crear canciones nuevas. Este collage musical se corresponde con los propios collages visuales que conforman las ilustraciones que, como la portada de un disco, se elaboran específicamente para cada canción. Las ilustraciones están compuestas a partir de recortes de las propias portadas de los discos originales de donde se toman los fragmentos musicales. Es decir, en todo momento se sabe de dónde vienen, tanto la música como la imagen, y cómo se conectan con otras.

Esto de la procedencia se puede ver también en el mapa: en el concierto que dieron en la Isla de la Cartuja, en Sevilla, se pudo ver cómo en un mapamundi que se proyectaba tras la mesa de mezclas se iban iluminando diferentes regiones del planeta a medida que se iban incorporando los fragmentos que a modo de loops componen la canción. Así, incluyendo además los años de grabación de las pistas de música, se obtenían resultados como este:





Os dejo con el tema que abre el disco y se corresponde con este mapa, todos descargables, por cierto:

https://soundcloud.com/antropoloops/sacromontes-gettin-fuzzy
 
Si estamos solos en el Universo, pienso que podemos acercarnos un poquito más entre nosotros y nosotras. Aunque sea empezando por la música.



Apropiación simbólica


7 de mayo de 2014


Hay siempre una intención en la creación de las imágenes. Unas veces es más velada, otras más evidente, lo cierto es que la representación artística ha estado sometida a lo largo de la historia a diversos condicionantes: una obra de arte, en tanto que creación humana, implica una visión del mundo por parte de quien la crea, que varía según su condición política y socioeconómica, de dónde y con quién se han criado las personas que la realizaron. Que puede ser incluso un arma, eso también lo sabían historiadores del arte como Gombrich, de origen judío austríaco, y otros de su generación como el berlinés Rudolf Wittkower. Ambos pudieron comprobar cómo el nazismo destruyó obras de arte y promocionó otras a su favor como parte de su estategia de propaganda destinada a imponer su visión del mundo, por la fuerza, sí, y también con ello en el plano simbólico.

Cineastas, artistas de todo tipo, científicos, obreros... también Gombrich, Wittkower y muchas otras personas dedicadas a la enseñanza y estudio de la historia del arte tuvieron que huir de sus lugares de origen y desarrollar su labor fuera de su hogar debido a la locura nazi. Muchos murieron antes de poder exiliarse. Quizá por ello los historiadores del arte alemanes y austriacos de la época que no aceptaron y sufrieron el nazismo tuvieron muy claro, por experiencia vital propia, que cualquier representación artística, por muy pretendidamente veraz que sea, esconde una manipulación y significados más profundos. Hubo historiadores alemanes de esa quinta, como el muy a su pesar brillante Erwin Panofsky, que en su afán casi neurótico por explicarlo todo llegaron a conclusiones a veces muy rebuscadas... pero es que tras haber vivido la brutalidad inhumana del nazismo muchos de estos investigadores necesitaban de nuevo la explicación lógica, la razón, como bálsamo y aliada para que la historia, el mundo todo, volviera a cobrar sentido.


Alberto Durero, Melancolía I, 1514. Este complejo grabado del genial artista de Núremberg es una de las obras de arte a las que Panofsky le dio más vueltas. Alberto Durero fue en general uno de los artistas alemanes favoritos de Panofsky: quizá el hecho de estudiarlo tan insistentemente fue un intento por su parte de recuperarlo del "secuestro de lo alemán" que había llevado a cabo el nazismo, un rapto, una apropiación, que hizo que gran parte de la ciudadanía alemana, durante un tiempo tras la guerra, rechazara su patrimonio histórico, literario y artístico por asociarlo automática y digamos definitivamente con el régimen nazi.


El régimen nazi se encargó de desprestigiar lo que era diferente a su concepción del mundo, magnificando las pequeñas diferencias de color de piel, sexualidad, religión, etc. para hacer pasar a los "no nazi" por casi seres ajenos a lo humano. Al considerar a judíos, gitanos o polacos como otros, como seres inferiores y estorbo en el desarrollo de los "únicos humanos", esas personas no acordes con el ideal nazi de raza aria podían ser percibidas como la mala hierba que no deja crecer al árbol. Eran pues objeto de exterminio: esta idea se normalizó además en el régimen nazi por una inversión de la moral natural y por lo que la filósofa Hannah Arendt llamó la banalización del mal. 

Y, al igual que la ley de los países civilizados presupone que la voz de la conciencia dice a todos "no matarás", aun cuando los naturales deseos e inclinaciones de los hombres les induzcan a veces al crimen, del mismo modo la ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos "debes matar", pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos. El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de construir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probalemente la inmensa mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse con ellos. Pero, bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resitir la tentación.

- HANNAH ARENDT, Eichmann en Jersusalén -


El nazismo, en su superioridad, su competitividad radical, su miedo y su ira en fin, todas las emociones y pensamientos que nos impiden ver al otro y solo contemplar nuestro ombligo, había proclamado en definitiva y en grado extremo su separación con el resto del género humano. Esa separación suponía además una propia desconexión con lo que nos hace realmente humanos: la compasión, la entrega, el valor... El amor. Era el triunfo del hombre-máquina, ese al que no le duele, porque su falta de contacto consigo mismo se lo impide, sentirse separado de los demás y de sí mismo.

Para las personas inmersas en la visión del nazismo, esa percepción de sentirse superiores y especiales con respecto a los demás era incluso la salvación, la única realidad verdadera. Precisamente por ello -y con esto retomo un poco la idea de la entrada anterior- historiadores como Gombrich, Panofsky, Wittkower o Aby Warburg, del que hablaré en otra ocasión, se fian aún menos del criterio de veracidad cuando las obras de arte representan pueblos lejanos y exóticos, es decir, lo que se conoce como el otro. La estrategia de apropiación simbólica nazi, de tomar una representación de un determinado tipo de persona o cosa como verdadera y convertirla en cliché, no fue pues algo nuevo, sí lo fue la intensidad y el grado de fanatismo que con el nazismo alcanzó.

 
Wittkower señaló cómo a lo largo de la historia, en el arte antiguo, medieval o moderno, el extranjero, el forastero, el bárbaro y la raza diferente fueron con frecuencia dotados de una apariencia grotesca y monstruosa, y así lo hicieron los fotógrafos y cineastas nazis cuando tomaron intencionadamente primeros planos de gentes de otras culturas que vivían en condiciones de pobreza provocadas muchas veces por los propios nazis, en un ejemplo más, ahora nada sutil, de la manipulación de la imagen. Los nazis se apropiaban de la condición humana bajo la ecuación "solo los nazis son humanos", y esto no dudaron en expresarlo simbólicamente, apropiándose de las imágenes, realzando algunas y rechazando otras, en puro artificio al servicio del caos.




La vuelta al orden se pudo entonces intentar con la razón, como hizo no sin abusar Panofsky. También se puede con la escucha de nuestras necesidades interiores más profundas como seres humanos, con el contacto con lo que en esencia somos; Antonio Gramsci, que vivió y sufrió el ascenso del fascismo en Italia y precisamente estudió concienzudamente eso de la apropiación simbólica, propuso al respecto: contra el pesimismo de la razón hay un optimismo de la voluntad.

Esta frase me inspira. Se tarda mucho tiempo, generaciones a veces, en aceptar los cambios. Claro que sí. Al mismo tiempo, opino que el poner voluntad en el sentido de conciencia, en hacer ver que los clichés son solo eso, clichés, estereotipos, refugios mentales nacidos del miedo o la inconsciencia, puede favorecer el cambio.