Cuando es de todos


26 de noviembre de 2013


Uno de los Nómadas que Plensa ha repartido por el mundo. Cielo, agua, viento y palabras.

Recientemente Jaume Plensa ha recibido por su trayectoria artística el Premio Velázquez, uno más en su ya de por sí galardonada y reconocida carrera. Independientemente de que según declaraciones oficiales el ministro Wert ha manifestado su gusto personal por la obra de Plensa -cuestión que dicho sea de paso casi me impide escribir esta entrada-, la noticia me ha llevado a acercarme algo más a su obra, escuchar al artista y ver qué pasa. Un poco aclararme por qué me llama la atención.

Hay dos elementos que creo que son claves por constantes en las creaciones de Plensa: por un lado la figura humana, su representación, a través sobre todo de retratos que curiosamente son anónimos, no personas con nombre y apellidos, vale decir, entonces, universales; por otro lado el mundo textual que nos rodea, los mensajes que recibimos, las preguntas que hacemos y nos hacemos, que al final vienen a estar no solo fuera sino incluso dentro de nosotros, todo lo cual conforma lo que de normal conocemos por cultura. De hecho una de las piezas caractarísticas de Jaume Plensa son esas grandes esculturas compuestas de letras que a veces dialogan entre sí, al sentarse frente a frente, y otras con el paisaje en el que se encuentran insertas. Estas figuras están caladas, por lo que el aire -y los pensamientos y lenguajes del mundo que por él viajan- pasa a través de ellas; incluso es posible entrar como espectador dentro de las esculturas. Así, en estas obras el cuerpo y las palabras se convierten en dos elementos que forman parte de un todo indisoluble.

Tengo la sensación de que las palabras flotan, nos van tatuando como una tinta invisible y, de pronto, alguien lee en tu piel y pasa a convertirse en tu cuerpo, en tu amante.



Imagen de The Pillow Book, de Peter Greenaway
Esta afirmación de Plensa me recuerda en un primer momento la peli The Pillow Book. Creo sin embargo que él está hablando de algo más profundo, más existencial. Se me antoja más bien como que Plensa con sus esculturas está lanzando una pregunta sobre de qué estamos hechos. Claro, esto es una interpretación propia de la obra de este artista con la que no sé si él estaría de acuerdo. Aunque, escuchándolo, me da que no le queda tan lejos. En fin, precisamente lo que me toca su obra a nivel personal es lo que me está haciendo escribir esta entrada.



El nómada, en ciertas ocasiones viene a preguntarse, como el propio Plensa en sus obras Where are you? el de qué estoy hecho, el quién soy, a través del dónde estás, un tema en el que ya me extendí en otra entrada. Plensa siente que de todos modos hay algo constante en todo ser humano, que es que todos y todas en este planeta, independientemente del mundo de los textos, de la cultura que sea, acabamos por preguntarnos y desear lo mismo. La obra de este artista, muchas veces realizada creo que no por casualidad para espacios públicos, me parece que supone un compromiso por intentar clarificar, ver, las relaciones entre la figura humana y su mundo de significados y símbolos de manera global, en un diálogo universal. Como él viene a decir, siendo un nómada que en sus viajes ha terminado por ver más lo que nos une que lo que nos separa.



Twins (Gemelos)


Hay otro tipo de obras de Plensa que considero intentan dar salida a esa inquietud por saber de qué estamos hechos. Son una serie de cabezas, talladas en una piedra tradicional dentro de la estatuaria monumental, el alabastro. Estos digamos retratos no obstante tienen una serie de cualidades que les aportan un significado diferente a una simple descripción realista; por lo pronto están ligeramente achatadas, lo que les da un aspecto más vertical de lo normal, al modo de por ejemplo muchas esculturas medievales, recurso éste que dota a estas imagénes de cierta aspiración espiritual. Por lo demás, el propio alabastro es una piedra bastante especial por ser muy traslúcida, de tal manera que si pusiéramos una fuente de iluminación en su interior la escultura casi brillaría, como si la propia persona que representa la escultura irradiara luz, por lo que aunque no estén caladas como los Nómadas estas esculturas de piedra sólida, aparentemente compacta, también son permeables al entorno, al juego de lleno y vacío. Y por último, lo que más me llama la atención por la serenidad que transmiten, son esculturas que tienen los ojos cerrados.


Odilon Redon, Los Ojos Cerrados, 1890
No de alabastro, pero con ojos cerrados, resulta la obra Dream. Fue un encargo realizado por el pueblo minero de Saint Helen, en Inglaterra, población cuyo sustento económico dependía de la extracción de carbón hasta que el gobierno de Margaret Thatcher decidió cerrar la mina. Plensa construyó un original monumento a la memoria colectiva del pueblo en lo que era la entrada a la mina: una alargada cabeza de 20 metros de una niña que con los ojos cerrados nos invita a recordar y soñar el pasado, el presente y el futuro de los habitantes de Saint Helen, en lo que es para mí un homenaje velado -y bonito- a Los Ojos Cerrados de Odilon Redon.





Aunque esto es un encargo para una situación socioeconómica local y concreta, no deja de ser por lo demás esta obra una reformulación más de la pregunta universal de saber quiénes somos, obra que hay que poner en clara relación a su vez con la serie de cabezas de alabastro. Estas creaciones de Plensa nos proponen una mirada más sosegada que la visión de los textos, las letras, los confusos mensajes del mundo. Como las grandes estatuas clásicas de un Buda, la invitación es por tanto la de mirar hacia dentro.


Dream (Sueño), 2009


Que el encontrar un sentido a la vida, el querer ser felices, es algo común que queremos todos los seres humanos, creo que está claro, es nuestro a nivel individual porque sentimos que nos mueve al cambio y a la vez es algo universal que nos supera, nos hace participar en algo que es más grande que nosotros y nosotras. Algunas personas le dan salida a esta moción a través del arte. No es algo ni mejor ni peor, solo es así. Jaume Plensa nos lo dice de este modo:

Hay un grupo de gente, que podríamos llamar artistas, que se obsesionan en congelar el momento, fijarlo de alguna manera...fijarlo de alguna manera que deje ser experiencia personal para pasar a ser experiencia colectiva. Y esto creo que es un momento muy bonito de la creación, cuando ya no es tuyo sino de todos.

Me gusta esa idea. Creo también que me gusta lo que propone Plensa. Al menos, una propuesta más para meditar.

«Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria...»


  ..., porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta , nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos;

11 de noviembre de 2013


Esto lo escribió Julio Cortázar allá por el año 67 en para mí uno de sus libros más sugerentes, La vuelta al día en ochenta mundos. Es un conjunto de textos, antes que verdaderos capítulos, que no guardan entre ellos ninguna relación narrativa, lineal, una cosa viene detrás de otra y tal, que a modo casi de diario de ocurrencias se acerca desde diversas sensibilidades a la cuestión del viajar: viajar desde el aburrimiento del trabajo de la oficina, desde las metáforas, desde los juegos del arte, a partir de un anuncio de -y es que en él aparece un viajero barquito- Old Spice... con el tema latente, que sí considero que conecta a todas las entradas del libro, de si viajar no va ser otra cosa que escapar de la cotidianeidad -el cangrejo, como lo llama Cortázar. Por supuesto básicamente es un homenaje a otro Julio fantástico viajero, Julio Verne.

El cangrejo no siempre se puede abandonar, reconoce Cortázar, que ya por estos años rondaba los 50 añitos, pero en la medida de lo posible todo el libro participa de una aspiración frente ese cangrejo de duro caparazón, condensada en un imagen que me parece bellísima, la de esa «respiración de la esponja en la que continuamente entran y salen peces de recuerdo, alianzas fulminantes de tiempos y estados y materias que la seriedad, esa señora demasiado escuchada, consideraría inconciliables.»

Los recuerdos, la memoria... Otro bicho, una última imagen, la memoria que semeja la araña esquizofrénica. Esta metáfora de la araña, y la propia cita con la que empiezo hoy, pertenecen al capítulo-entrada Acerca de la manera de viajar de Atenas a cabo Sunión. En este texto se detiene Cortázar a explicar lo que nos pasa cuando, por ejemplo, vemos una foto que nos hemos hecho en unas vacaciones ya muy antiguas; o cuando queremos rememorar una excursión realizada con otra persona y las anécdotas de ésta, sucedidas cuando nosotros no estábamos presente -ni siquiera era quizá nuestro viaje-, podemos recordarlas como si las hubiéramos vivido, como si hubiéramos físicamente estado allí; o en definitiva cuando viajamos mientras escuchamos o leemos una narración de un viaje, en cualquier caso, cuando dudamos de si nuestro recuerdo, tan vívido, es verdaderamente nuestro, vale decir, real. Mejor aún, cuando la araña más tramposa es, cuando todo se mezcla: «Tres viajes en uno, el real pero ya transcurrido, el imaginario pero presente en la palabra, y el que otro hará en el futuro siguiendo las huellas del pasado y a base de los consejos del presente.» Como afirma Cortázar en otro lugar del libro, se trata en parte del -para mí peligroso por frecuente- sentimiento de no estar del todo.

Su amigo Carlos, que había hecho la excursión antes que Cortázar, le había explicado a éste cómo llegar de Atenas al cabo Sunión, qué autobús tenía que tomar y todo eso. Con este precedente, os dejo con el escrito original:


Templo de Hércules. Veinte mil leguas de viaje submarino
«Entonces, de vuelta a París, pasó esto: cuando conté mi viaje y se habló del paseo a Cabo Sunión, lo que vi mientras narraba mi partida fue la plaza de Carlos y el autocar de Carlos. Primero me divirtió, después me sorprendí; a solas, cuando pude rehacer la experiencia, traté aplicadamente de ver el verdadero escenario de esa banal partida. Recordé fragmentos, una pareja de labriegos que viajaban en el asiento de al lado, pero el autocar seguía siendo el otro, el de Carlos, y cuando reconstruía mi llegada a la plaza y mi espera (Carlos había hablado de los vendedores de pistacho y del calor) lo único que veía sin esfuerzo, lo único realmente verdadero era esa otra plaza que había ocurrido en mi casa de París mientras se la escuchaba a Carlos: y el autocar de esa plaza esperaba en mitad de la cuadra bajo los árboles que lo protegían del sol quemante, y no en una esquina como yo sabía ahora que estaba la mañana en que lo tomé para ir a Cabo Sunión.
Han pasado diez años, y las imágenes de un rápido mes en Grecia se han ido adelgazando, se reducen cada vez más a algunos momentos que eligieron mi corazón y la araña [...] sigue siendo la plaza de Carlos y el autocar de Carlos, inventados una noche en París mientras él me aconsejaba llegar con tiempo para encontrar asiento; son su plaza y su autocar, y los que busqué y conocí en Atenas no existen para mí, desalojados, desmentidos por esos fantasmas más fuertes que el mundo, inventándolo por adelantado para destruirlo mejor en su último reducto, la falsa ciudadela del recuerdo.»