Pensar con las manos



12 de marzo de 2017


Vidriera emplomada curvas_1. Fuente: elmundoestallenodecolores.wordpress.



José Saramago distingue en su novela La Caverna dos tipos de cerebros en el ser humano: por un lado el cerebro de la cabeza, y por otro, el pequeño cerebro que existe en cada uno de los dedos de la mano, en algún lugar entre falange, falangina y falangeta. Si al cerebro de la cabeza se le ocurre la idea de una pintura o música, o escultura, o literatura, o muñeco de barro, lo que hace él es manifestar el deseo y después se queda a la espera, a ver lo que sucede. Solo porque despacha una orden a las manos y a los dedos cree, o finge creer, que eso era todo cuanto se necesitaba para el trabajo tras unas cuantas operaciones ejecutadas con las extremidades de los brazos, apareciese hecho… y nunca ha tenido la curiosidad de preguntarse por qué razón el resultado final de esa manipulación se asemeja poco a lo que el cerebro de la cabeza había imaginado antes de dar instrucciones a las manos. Para que el cerebro de la cabeza supiese lo que era la piedra, fue necesario que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso y la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella. El cerebro de la cabeza anduvo toda la vida retrasado con relación a las manos, e incluso en estos tiempos, cuando parece que se ha adelantado, todavía son los dedos quienes tienen que explicar las investigaciones del tacto, el estremecimiento de la dermis al tocar el barro, la vibración sutil de una hoja de papel extendida, la orografía de las texturas, el entramado de las fibras, el abecedario en relieve del mundo…

Fue Pablo P. quien me llamó la atención sobre estas líneas del libro del autor portugués. Pablo es arquitecto, restaurador, de muebles entre otras cosas. De un tiempo a esta parte le ha dado por dedicarle más atención al arte de la vidriera, de hecho la imagen que reproduzco en esta página es una foto de uno de sus trabajos, si queréis saber más de él pinchad en el enlace aquí. Sin embargo, Pablo es sobre todo, por espíritu, artesano, y vive en primera persona la metáfora que he comentado de Saramago. 

Pablo ha vivido también en Marruecos, Granada, Roma. Es también un apasionado de la vida en las ciudades históricas, una vida que muchas veces se traduce en la pervivencia de oficios artesanales que no es que en mi opinión sobrevivan a la estandarización impuesta por la globalización, sino que es una alternativa a ella. 



Plaza del Pan, 3ª edición de Jane´s Walk Sevilla. Mayo de 2016. Fuente: Geoinquietos.


Movidos en este sentido por intereses comunes, e inspirados por las sugerencias de este texto de Saramago, Pablo P. y yo nos lanzamos durante la primavera de 2016 a explorar por el centro histórico de Sevilla aquellos espacios ligados a los oficios tradicionales de la ciudad para ponerlos en valor mediante un paseo urbano que diseñamos para la 3ª edición de Jane´s Walk que se celebró en mayo de ese año, un paseo que se llamó precisamente Oficios. El arte de pensar con las manos. El resultado del mismo lo podéis ver en el mapa interactivo de esta web.  

La experiencia dio de sí y fue muy satisfactoria. Muchas de las personas que realizaron con nosotros la visita eran habitantes de la ciudad y desconocían la existencia de ciertos locales y actividades artesanales, o se sorprendían de que aún siguieran existiendo. La visita dio pie a más de una reflexión espontánea del público asistente, muy en la línea de lo que es la filosofía participativa de Jane´s Walk. Resultó muy sugerente comprobar cómo una ciudad tan antigua como Sevilla siguiera conservando, en un centro histórico que a veces parece invadido por el turismo impaciente y de consumo rápido, su carácter de habitabilidad, el hecho de que todavía se siga usando la calle como lugar de encuentro social. Nos dábamos cuenta que uno de los factores que convierten al centro de las ciudades históricas en lugares todavía humanos es que perduraran los oficios; sin idealizar, no es el único factor, pero el hecho de que existan sí que es verdad que contribuye a crear una realidad más pausada, al menos, más consciente del tiempo. En definitiva, descubrimos un poquito más cómo la presencia de este tipo de actividades, que nos llevan a pensar no solo con la cabeza sino también con el cuerpo, suponen un sentir que de alguna manera nos frena ante la urgencia diaria que, ya como turista o habitante, a todos y todas nos secuestra.


Gracias Pablo, en este sentido, por recordar esa mirada.