El Jardín Nómada


30 de diciembre de 2014


Mis jardineros nómadas favoritos


Desde que llegué a Sevilla, los Reales Alcázares, sus palacios y sus jardines, han sido siempre para mí lugares de los más especiales de la ciudad. Recuerdo cuando descubrí, siendo estudiante, que podía entrar en el lugar y retirarme un poco en algunos rincones del jardín a leer, escribir, a veces dibujar, para vivir la ciudad a otro ritmo, a un tiempo más pausado y recogido. 

Este año, Sergio R., Salas M. y Fran P. me propusieron conocer más los jardines de este entorno a través del proyecto Nomad Garden; me mostraron una espectacular cartografía botánica de los jardines del Alcázar a diferentes niveles -mapas de aromas, de floración, de alturas de las plantas, etc.- que celebraban la complejidad del jardín como espacio cultural y que eran el puente para generar un catálogo botánico, por qué no una aplicación digital. Me pidieron que les ayudara a elaborar las noticias históricas de las diferentes especies que allí se encuentran. Las plantas se convertían así en una oportunidad para viajar por el tiempo y el espacio, me explico, para hablar de las diferentes culturas que las habían traído al Alcázar y a Sevilla y además para trasladarnos a los lugares de origen de esas plantas. En gran medida, tomar conciencia de la riqueza vegetal que nos rodea y ponerla en valor. Interactuar, y no solo consumir, con el entorno.

El pre-proyecto dejó de ser una pre-maqueta -cuando uso estas palabrejas me refiero a esto-, en definitiva, se concretó: puede verse más información en el siguiente enlace aquí. Recientemente además hemos creado una extensión del trabajo en el Alcázar, surgida en parte de la necesidad de que las entradas de cada planta no se quedaran solo en la aplicación digital prevista para el Alcázar, sino que esas entradas pudieran gozar de más espacio, permitir así, de forma paralela a la colaboración con la propia institución, que el proyecto fuera creciendo. Este proyecto, el Alcázar Vegetal, lo podéis ver en:

https://alcazarvegetal.wordpress.com

Estoy muy agradecido por este trabajo y no podía dejar terminar el año sin reflejarlo aquí. Os deseo lo mejor para el próximo año.

Un feliz saludo.






Grande Raccordo Anulare (I)


14 de  diciembre de 2014


Circular por la ciudad de Roma, ya sea al volante o como peatón, como cualquiera que haya estado allí sabrá, ha sido y sigue siendo una tarea digamos que no apta para principiantes. En mi reciente visita a esta ciudad -en la que, como ya comenté viví una buena temporada-, me llamó la atención que ciertos rituales viarios que conocí entonces continuaran a día de hoy, más de diez años después, aún vigentes: la rapidez con la que la luz para peatones de los semáforos del centro cambia de verde a naranja, o el que este último color sea la única opción posible para los coches a partir de cierta hora de la noche en la que ya no se detienen, en definitiva, el bautismo de fuego que supone cruzar sin paso de peatones la Piazza Venezia. Es el centro histórico, cargado de una densidad, física sí, pero también cultural y simbólica, energética y de memoria, que solo puede dar un espacio que viene siendo habitado, visitado, odiado y reverenciado desde hace cientos de años.

No solo por el centro, también volví a frecuentar partes de la periferia, llena igualmente de recuerdos muy presentes para mí: un parque de atracciones que montan a veces en una plazoleta de Ostia Lido tiene un nivel de evocación y viaje de sueños similar a veces a mis encuentros nocturnos con un lugar tan emblemático como el Panteón, en la Piazza della Rotonda. Así, una manera de recorrer esa periferia de la ciudad es tomar con el coche el Grande Raccordo Anulare, GRA en la señalización de carreteras italiana. Imagino que construido para aligerar el tráfico casi imposible por el centro romano, el GRA es la autopista urbana más extensa de Italia, una autopista que, como decía el director Federico Fellini, circunda la ciudad de Roma como un anillo de Saturno, frase esta última con la que empieza un documental como Sacro GRA (aquí un poco de información) por entero dedicado a este peculiar símbolo moderno de identidad romana, y en el que por lo demás puede verse un poco el día a día de algunas personas que viven en los márgenes -es decir, lo marginal- de una gran capital tan llena de clichés como Roma.

El GRA está -también, cómo no- cargado de historia; por un lado, a quienes nos apasiona la Historia, así con mayúsculas, resulta muy sugerente ver cómo a medida que conducimos por él vemos desfilar una serie de desvíos que nos conectan con el centro histórico, desvíos que tienen los nombres de las carreteras de la época clásica con las que efectivamente coinciden en gran parte en su trazado y que son atravesadas perpendicularmente por el GRA. Nos recuerdan además que no vamos por una autopista cualquiera, sino que de nuevo y todavía estamos en Roma. El contraste en definitiva de ver nombres como Via Aurelia, Casilina, la Appia... en señalización moderna y no en antiguas placas de mármol como podemos haber visto previamente en el centro me produjo esta vez un efecto sorprendente, surrealista. Es como estar fuera del tiempo o, si se quiere, al borde del tiempo.

Por otro lado, el GRA está lleno de microhistorias, como las que se relatan en el documental, también de leyendas urbanas, como esa que dice que existe gente que se ha quedado atrapada en el GRA sin poder encontrar la salida, dando vueltas en un tiovivo gigante. El GRA se me antoja así como un vórtice alrededor de un centro del mundo, onphalos u ombligo como es Roma.

Así, no me parece casualidad que Fellini hablara precisamente de los anillos de Saturno. El planeta toma su nombre de la divinidad romana asociada al Tiempo, un dios que fue llamado Cronos por los griegos. Una cuestión espacial, física, se hace pues temporal con este nombre. El GRA me recuerda la circularidad del tiempo o, más bien, que siempre damos vueltas en torno a lo mismo


Trevor (Christian Bale) y María (Aitana Sánchez Gijón) en la cafetería del aeropuerto en El Maquinista (2004)

Recuerdo un sueño... Se escucha By this river de Brian Eno. La oí con mucha atención en la carretera, en cierto viaje nocturno por ese Grande Raccordo Anulare de Roma que de nuevo se me aparece en el sueño. Compartiendo una melancolía placentera, agradable. En el sueño tengo que llevar a alguien al aeropuerto, es de noche, como aquella vez en el Grande Raccordo Anulare, no una sino varias veces, y ver cómo esa persona se aleja. Entre medio de esas repeticiones, hablamos y nos contamos cómo estamos, más o menos nos ponemos al día, al menos nos dejamos contarnos cosas, hasta qué punto hay ganas de hablar realmente o salir del paso, eso no lo sé decir, una manera muy parecida a cómo Trevor en la película El Maquinista acude puntualmente, día tras día, a hablar con la camarera del aeropuerto. En el GRA, una luz de farola, otra, otra, van pasando, el piano de Brian Eno da ritmo a ese dejar atrás de las luces de la carretera. Yo siento que efectivamente, como dice la letra de la canción, voy respondiendo con expresiones de otro tiempo...

You talk to me 
As it from a distance
And I reply
With impressions chosen from another time, time, time,
From another time. 

La sensación de que estamos dando vueltas a un único tema, una sola cuestión. Y de encontrar un pasaje, una zona intermedia que ayuda a poner un foco de atención, que da luz sobre cuál es ese tema en torno al cual nuestra vida parece girar. Ver pues que estamos en el anillo y no en el centro, en una suerte de periferia y no en la esencia. Por qué no, esto nos da una alegre lucidez de dónde estamos.