«Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria...»


  ..., porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta , nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos;

11 de noviembre de 2013


Esto lo escribió Julio Cortázar allá por el año 67 en para mí uno de sus libros más sugerentes, La vuelta al día en ochenta mundos. Es un conjunto de textos, antes que verdaderos capítulos, que no guardan entre ellos ninguna relación narrativa, lineal, una cosa viene detrás de otra y tal, que a modo casi de diario de ocurrencias se acerca desde diversas sensibilidades a la cuestión del viajar: viajar desde el aburrimiento del trabajo de la oficina, desde las metáforas, desde los juegos del arte, a partir de un anuncio de -y es que en él aparece un viajero barquito- Old Spice... con el tema latente, que sí considero que conecta a todas las entradas del libro, de si viajar no va ser otra cosa que escapar de la cotidianeidad -el cangrejo, como lo llama Cortázar. Por supuesto básicamente es un homenaje a otro Julio fantástico viajero, Julio Verne.

El cangrejo no siempre se puede abandonar, reconoce Cortázar, que ya por estos años rondaba los 50 añitos, pero en la medida de lo posible todo el libro participa de una aspiración frente ese cangrejo de duro caparazón, condensada en un imagen que me parece bellísima, la de esa «respiración de la esponja en la que continuamente entran y salen peces de recuerdo, alianzas fulminantes de tiempos y estados y materias que la seriedad, esa señora demasiado escuchada, consideraría inconciliables.»

Los recuerdos, la memoria... Otro bicho, una última imagen, la memoria que semeja la araña esquizofrénica. Esta metáfora de la araña, y la propia cita con la que empiezo hoy, pertenecen al capítulo-entrada Acerca de la manera de viajar de Atenas a cabo Sunión. En este texto se detiene Cortázar a explicar lo que nos pasa cuando, por ejemplo, vemos una foto que nos hemos hecho en unas vacaciones ya muy antiguas; o cuando queremos rememorar una excursión realizada con otra persona y las anécdotas de ésta, sucedidas cuando nosotros no estábamos presente -ni siquiera era quizá nuestro viaje-, podemos recordarlas como si las hubiéramos vivido, como si hubiéramos físicamente estado allí; o en definitiva cuando viajamos mientras escuchamos o leemos una narración de un viaje, en cualquier caso, cuando dudamos de si nuestro recuerdo, tan vívido, es verdaderamente nuestro, vale decir, real. Mejor aún, cuando la araña más tramposa es, cuando todo se mezcla: «Tres viajes en uno, el real pero ya transcurrido, el imaginario pero presente en la palabra, y el que otro hará en el futuro siguiendo las huellas del pasado y a base de los consejos del presente.» Como afirma Cortázar en otro lugar del libro, se trata en parte del -para mí peligroso por frecuente- sentimiento de no estar del todo.

Su amigo Carlos, que había hecho la excursión antes que Cortázar, le había explicado a éste cómo llegar de Atenas al cabo Sunión, qué autobús tenía que tomar y todo eso. Con este precedente, os dejo con el escrito original:


Templo de Hércules. Veinte mil leguas de viaje submarino
«Entonces, de vuelta a París, pasó esto: cuando conté mi viaje y se habló del paseo a Cabo Sunión, lo que vi mientras narraba mi partida fue la plaza de Carlos y el autocar de Carlos. Primero me divirtió, después me sorprendí; a solas, cuando pude rehacer la experiencia, traté aplicadamente de ver el verdadero escenario de esa banal partida. Recordé fragmentos, una pareja de labriegos que viajaban en el asiento de al lado, pero el autocar seguía siendo el otro, el de Carlos, y cuando reconstruía mi llegada a la plaza y mi espera (Carlos había hablado de los vendedores de pistacho y del calor) lo único que veía sin esfuerzo, lo único realmente verdadero era esa otra plaza que había ocurrido en mi casa de París mientras se la escuchaba a Carlos: y el autocar de esa plaza esperaba en mitad de la cuadra bajo los árboles que lo protegían del sol quemante, y no en una esquina como yo sabía ahora que estaba la mañana en que lo tomé para ir a Cabo Sunión.
Han pasado diez años, y las imágenes de un rápido mes en Grecia se han ido adelgazando, se reducen cada vez más a algunos momentos que eligieron mi corazón y la araña [...] sigue siendo la plaza de Carlos y el autocar de Carlos, inventados una noche en París mientras él me aconsejaba llegar con tiempo para encontrar asiento; son su plaza y su autocar, y los que busqué y conocí en Atenas no existen para mí, desalojados, desmentidos por esos fantasmas más fuertes que el mundo, inventándolo por adelantado para destruirlo mejor en su último reducto, la falsa ciudadela del recuerdo.»





5 comentarios:

  1. ...y ese otro autobús que te llevaba, saltándose todas las luces rojas en la noche, desde Roma hasta Ostia Antiqua...

    ResponderEliminar
  2. ... uy sero, qué grande ese recuerdo, compartido además... creo ;)

    Cuando es más intensa la huella de ese viaje nocturno en autobús que la propia vista del Coliseo romano, la noche cargada ya de recuerdos potenciales y elaborados mientras que el coliseo se va conviertiendo en estampa turística.

    Gracias sero por este libro maravilloso de "La vuelta al día..."

    ResponderEliminar
  3. Felicidades Juan por el blog en general, y por esta entrada en particular: "no mires hacia el cangrejo".

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hombre MV, qué alegría tu visita!

      El cangrejo, sí, no mirarlo en la medida de lo posible, como sugiere Cortázar.
      Yo creo de todos modos que conviene si no mirarlo, al menos verlo, reconocer que está ahí.

      Gracias amigo, un abrazo!

      Eliminar
  4. Y hablando de Julio Cortázar: un cuento de este autor, "Casa Tomada", da nombre a la nueva iniciativa de las amigas de Taller de Palabras. En Sevilla y en la red, poned en el buscador esta dirección para más y recomendable información:

    http://casatomada.es/

    Me extenderé en una próxima entrada sobre ellas.
    Saludos cordiales a todos y todas

    ResponderEliminar