Armaduras


25 de septiembre de 2013


De niño me dio por leer muchos cómics de superhéroes, que son más que humanos, más que héroes. Iron Man no era de mis favoritos, pero lo leí también -al fin y al cabo era miembro de Los Vengadores, ¡ese cómic sí que me gustaba!-. Recuerdo cómo algún episodio me marcó. Quiero decir, me parecía que hablaban de otra cosa que no veía frecuentemente en este tipo de historietas. Cosas que iban más allá de una aventura y que me creaban cierto malestar.

Hay un número de Iron Man en el que James Rhodes, el segundo Hombre de Hierro después de Tony Stark, decide enfrentarse a un problema que lo trae por la calle de la amargura y que le está afectando a la salud, y por tanto a su rendimiento como Iron Man, problema que se resume en unas terribles jaquecas. Tras haber probado con la medicina tradicional y no encontrar solución a su mal, decide tomar un camino alternativo para reparar su migraña. Para ello le hace una visita a Michael Twoyoungmen, un descendiente de indios nativos norteamericanos con fuertes conexiones con lo espiritual y la naturaleza -es prácticamente lo mismo-, también conocido no por casualidad como Shaman. Curiosamente, James Rhodes le hace la visita como Iron Man, es decir, vestido con la armadura que le da sus poderes. Al más puro estilo de Las Enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda, que deduzco que algún guionista new age de la Marvel se habría leído en algún momento, la propuesta de Shaman para la sanación de James Rhodes es en definitiva un viaje iniciático: con la ayuda de unos "polvos mágicos", James y Michael se dan un paseo por un mundo en el que las habituales leyes de la lógica y la razón que parecen servirnos para existir en éste no tienen ninguna validez. Todo cambia a cada instante de manera vertiginosa, todo se cuestiona, y sin embargo, James no parece tener miedo. Os pongo la página clave donde la historia toma un giro vital para James-Iron Man:




James va a tener entonces un verdadero insight, una toma de conciencia brutal que le hará gritar, llorar y temblar en todo su ser: es esa armadura que le ha dado seguridad en multitud de ocasiones, tan molona (pensaba él), con la que puede volar, tener poderes y salvar al mundo una y otra vez, la que le está precisamente provocando las jaquecas. La que le está matando. Mientras tanto, Shaman simplemente espera, acompañando que no guiando, a que sea el propio James el que entre en una nueva etapa en su viaje de autoconocimiento. Lo hace; se da cuenta de que la armadura, la coraza, le ha protegido del exterior pero también de su propio interior, ocultándole partes de su ser, de su historia, que preferiría no conocer porque quebrarían la imagen de perfección que la armadura le ha ayudado a construir. James se había identificado hasta tal punto con su armadura que notaba que no iba a ser nada sin ella; creía incluso que no hay nada detrás. El cuerpo le estaba avisando de que esto no era así, que era un ficción de su mente acomodada en la cobertura que le daba la coraza, y lo estaba haciendo en forma de fuertes dolores de cabeza. Le estaba avisando de que la armadura, que si bien durante un tiempo le ha sido útil para sobrevivir en el mundo, ha terminado por convertirse en una carga que ya no le permite ser él mismo. El episodio termina con James abandonando la armadura de Iron Man en esa otra dimensión ilógica. Liberado, respira tranquilo mientras se pregunta si todo aquello ha sido un sueño, si Shaman realmente ha estado allí con él. Un suave viento hace desaparecer estos cuestionamientos. Las jaquecas no están y puede pensar con claridad.

Noto que la armadura, con su correspondiente máscara, no es algo exclusivo de Iron Man. No siempre es tan evidente su existencia, porque pienso en armadura y me viene la imagen de una coraza firme, rocosa y pesada. Muchas veces sin embargo presenta una forma flexible, como una cota de malla. Es, de todos modos, igualmente rígida, en el sentido que siempre hace el mismo tipo de movimientos, las mismas estructuras de pensamiento, los mismos patrones de comportamiento. Como nos da seguridad, y ese es al fin y al cabo su papel, no vemos la necesidad de deshacernos de ella -de hecho, no creemos ni que exista, efectivamente pensamos por el contrario que somos esa armadura, que ésta es parte de nuestro carácter. Hasta que viene una crisis que nos desborda, una sensación profunda de que algo no va bien, que nos hace comprender que el viejo traje -y con él, las viejas ideas, las viejas creencias, las viejas reacciones- si bien nos ha servido en cierto momento del pasado para protegernos, no nos va a funcionar ahora, al contrario, es más bien una prisión a la hora de reaccionar con libertad en un mundo que es cambio constante.

Claro, no podemos abandonar la armadura como hace James en la historieta. Al menos no físicamente, pero sí de manera simbólica. Viéndola, comprendiendo porqué nos la pusimos y sobre todo llevando a cabo una desidentificación con la armadura. Al fin y al cabo, somo mucho más que un disfraz, ¿no?

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