«Esto no es para mí»: educación y museos (I)




18 de mayo de 2013
A propósito del Día Internacional de los Museos


El Museo del Louvre de París es uno de los museos más visitados del mundo. Allí se encuentra, por ejemplo, la Gioconda de Leonardo o la Victoria de Samotracia. Recordar que no siempre fue un museo. Durante muchos años, siglos, el lugar que actualmente ocupa el Louvre fue un castillo y palacio de la casa real de Francia. Allí sólo podían entrar miembros de la realeza o cercanos a ella y sus lacayos. Muchas de las obras de arte que hoy contiene el museo -que no necesariamente estaban allí, sino en otros castillos de los reyes y reinas franceses- sólo podían ser vistas por esta clase privilegiada. A pesar de que hubo intentos previos de permitir la entrada al pueblo llano a observar las colecciones artísticas reales, se tuvo que esperar a la Revolución Francesa para ver realmente el nacimiento del museo público. Cuando la Convención Nacional abrió en 1793 las puertas del Louvre, de las colecciones privadas de la nobleza y el clero en definitiva, para el disfrute de la población, lo hacía dentro de un programa de educación que pretendía ser para todos sus ciudadanos, de un proyecto que deseaba convertir el acceso a la cultura en una cuestión auténticamente democrática, y demostraba así el enorme potencial educativo de los museos; sucesivamente en otros países, y conforme se extendían esas ideas ilustradas, las obras de arte que hasta entonces eran patrimonio privado de los privilegiados pudieron ser contempladas por todas las clases sociales. Comenzaba así la consideración del museo como servicio cultural, el museo tal y como lo entendemos actualmente.

La Gran Galería del Louvre según Hubert Robert, 1796

El museo se va perfilando así como una institución cultural al servicio de la sociedad que lo sostiene. Es normal pensar que hoy en día en una visita a estos centros se podrá, se deberá casi, "aprender algo". Sin embargo, este aspecto educativo del museo ha sido en más de una ocasión un tanto ambivalente. De hecho, la visita al museo ha sido las más de las veces percibida como un lujo, y hablo sobre todo de los museos de arte, un espacio exquisito que requiere no sólo una cierta formación académica experta sino incluso  modales y vestimenta expertos, especializados. El criterio según el cual se muestran los objetos, es decir, qué obras se ven y cuáles no, porqué están agrupadas en una sala y no en otra, etc., necesita de un intermediario para el público no experto, al menos un guía o educador de museos, un intermediario que tardó mucho en aparecer. Cuando este criterio permanece oculto y no es comprensible para el público no experto, en gran medida porque el marco de referencia y los lenguajes empleados en esas exposiciones eran -son, vayan al Prado- totalmente ajenos al mundo y los intereses de la población, se despiertan en ese público una serie de sentimientos negativos que van de la decepción, la impotencia a, en última instancia, la exclusión, llegando a asumir pensamientos drásticos tales como "los museos no son para gente como yo".

Poco a poco, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, los museos, como institución pero también arquitectónicamente, fueron bajando del podium al que lo habían subido académicos e intelectuales elitistas que han usado la cultura como elemento de distinción en lugar de cohesión social, para acercarse gradualmente al público. Es decir, ha ido mejorando su comunicación con la sociedad en que se inserta ese público, en la medida en que ha ido comprendiendo sus demandas y modos de expresión y adaptando por tanto su lenguaje expositivo para que sea comprendido por la amplia mayoría de la sociedad. Este carácter digamos social de los museos fue propiciado por los convulsos, en Occidente al menos, años 60 y 70, un giro educativo que valoró la creación de vínculos entre los museos con su comunidad y entorno inmeediatos. Se convierte por tanto y definitivamente a lo educativo en uno de los aspectos fundamentales de la institución, cuando antes era realmente una actividad secundaria.

¿Existe sin embargo una verdadera educación? Se aprecia que efectivamente el museo se preocupa de que así sea, pero de una manera particular, muy distinta a las instituciones que, como escuelas o universidades, se dedican a ello de una forma que no se cuestiona. ¿De qué manera puede por tanto educar a la sociedad? La concepción, a veces obsesión, del museo actual por comunicarse, por ponerse en relación con la sociedad que lo hace en verdad posible, es algo bastante nuevo, de hecho, como se ha dicho la última de las funciones adquirida por el museo -las primeras y más tradicionales son las de conservación e investigación de las colecciones-, y se resume en diferentes términos: difusión, divulgación, mediación, comunicación... En cualquier caso, se trata de la misma misión del museo.

Pienso que la historia de los museos públicos camina en paralelo a la propia de la enseñanza pública. Puede que sea cuestión de un cambio generacional, no lo sé. El caso es que en ese mismo momento en que se produce esa mirada de los museos a su público, el llamado giro educativo, se está llevando a cabo una importante crítica y revisión del concepto de educación, de su metodología y de sus ámbitos. Se señalaba entonces, con argumentos similares a los actuales, que el modelo educativo imperante no se había adaptado a los importantes cambios sociales transcurridos en las últimas décadas del siglo, que no conectaba con la realidad circundante. Las instituciones dedicadas a la educación, especialmente la educación básica, aparecían entonces como obsoletas. Esta situación fue expuesta en el año clave de 1968 por uno de los por entonces más importantes expertos de educación de la UNESCO, Philip H. Coombs, en un libro titulado La crisis mundial de la educación.


Con la distinción de tres sistemas o modelos de educación, Coombs especificaba dónde se focalizaba la crisis y desde ahí cuáles podían ser las estrategias para salir de ella. Coombs habla en primer lugar de la educación formal. Ésta no es otra cosa que el sistema oficial de la educación, reglado, organizado cronológica y jerárquicamente de tal forma que normalmente requiere sobrepasar ciertos niveles a su debido tiempo, mediante pruebas o exámenes, para alcanzar el siguiente. Es un modelo de educación en cierta manera  finito, que termina cuando se cumple su principal propósito, el de preparar al individuo para "enfrentarse" a la sociedad, a través de la obtención de títulos o capacitación profesional. Esta preparación a la -vista así- monstruosa sociedad está muchas veces basada en el miedo, y la capacitación suele ser de carácter casi exclusivamente intelectual y abstracto, distante de una realidad cada vez más cambiante, por lo que el individuo así educado deberá recurrir a lo largo de su vida a otras estrategias si de verdad quiere conectar con el mundo que le rodea. No es un ámbito para nada desconocido: la educación formal es la que tiene lugar en escuelas, universidades y otros organismos a los que el gobierno establecido ha encomendado la importante misión de educar a sus ciudadanos. De hecho, aún hoy la mayor parte de la población asocia el término "educación" de forma inevitable a estas instituciones.

Dibujo de Frato, La máquina de la escuela, conocido y todavía actual

Esta modalidad de educación es la que entra en crisis según Coombs a finales de los 60. Problema añadido es que durante la 2ª mitad del siglo XX se va cumpliendo ese sueño igualitario, precisamente esbozado en aquellos años de la Revolución Francesa, de la educación universal: cada vez más capas de la sociedad van accediendo a la educación formal -si esto se hace en base a una supuesta voluntad democrática por parte de los gobiernos de dotar de igualdad de oportunidades a toda la población y no determinar a los profesionales por su extracción social, eso estaría de todos modos por ver-. Al caso, cambia el modelo de acceso, del elitista al supuestamente democrático, pero no la orientación para con los alumnos: la valoración se basa en el binomio éxito-fracaso. En un sistema elitista esto era más fácil de controlar por el simple hecho de que había muchos menos estudiantes; sin embargo en este creciente acceso a la educación se cuenta con que habrá un cada vez mayor número de personas que no cumplirán los requisios estándares, por lo que deberán quedarse al margen y, bueno, simplemente la montaña de residuos -el término fracaso escolar lo dice todo- será mayor. Ya está.

Pero volvamos al museo: en un principio cabría pensar que los museos no encajarían para nada en esta concepción formal de la educación y que de hecho no reúne en su quehacer ninguna de las características propias de la educación formal, a saber, no hay exámenes ni seguimiento de la adquisición de conocimientos, no existe un programa sistemático impuesto por el gobierno que gradualmente tengan que cumplir unos estudiantes para obtener unos certificados académicos o profesionales... y sin embargo los museos afirman que la educación es una de sus funciones principales. No es por tanto este ámbito de la educación el que le es propio a los museos, pero sí hay situaciones en las que el museo "educa" de manera formal, y éstas se producen cuando el museo es usado por las instituciones de educación formal como instrumento de aprendizaje: un profesor universitario o escolar organiza una visita al museo y, en coordinación con dicho museo, prepara materiales para ello o solicita la colaboración del propio museo, a través del material didáctico y/o apoyo del personal del museo, todo ello para profundizar o completar la visión de determinados aspectos que están incluidos en el programa de los estudiantes. Los museos, como instituciones que prestan un servicio cultural, destinan recursos a esta labor, pero si bien ésta es una tarea que les favorece en consideración y difusión sociales cuando está convenientemente preparada y realizada por buenos profesionales, en realidad el museo está aquí funcionando de apoyo a las instituciones oficiales de educación. No es el museo el que realmente está educando, sino que son las escuelas, universidades, etc. las que a través del museo continuán desarrollando su propia tarea educativa. Sin embargo, como se ha apuntado antes, gran parte de la población percibe esta labor de apoyo a la educación formal, a sus programas oficiales, como la actividad propiamente educativa del museo. Es el tópico de las -obligadas, en gran medida- visitas organizadas de grupos escolares.

Con la educación entendida pues sólo como ámbito formal, y con las características mencionadas, traducida en falta de expectativas, incluso de cumplimiento de objetivos, tiene lugar la crisis. Se requieren para Coombs -recordar que estamos a finales de los 60, por muy actual que parezca todo esto- medios educativos diferentes. Uno de ellos es la educación no formal o no reglada. No es éste un sistema opuesto, ni siquiera es un sistema que vaya en paralelo, como camino alternativo, a la educación formal. La educación no formal se refiere también a actividades de enseñanza y aprendizaje organizadas de manera sistemática, con fines educativos y objetivos clarificados, con la diferencia de que se encuentran impartidos fuera del marco del sistema formal. Es muy variada en cuanto a objetivos, horarios, temas a tratar y sectores de población; esto es interesante, ya que en la educación no formal entra también la educación de adultos. Pueden ser por tanto cursos de formación, talleres, etc. todos ellos destinados a proporcionar un conocimiento o habilidad específica que normalmente no pudo ser adquirida por el ciudadano mediante el programa de educación formal, por déficit del propio sistema o porque esta persona no pudo en su momento tener acceso a la educación formal. Un buen ejemplo de todo esto serían los programas de alfabetización de adultos.

El carácter voluntario que en general caracteriza a este modelo educativo casa muy bien con la oferta de muchas actividades programadas por los museos. Me refiero a las actividades destinadas a cualquier tipo de visitantes, a esos que se acercan en su tiempo libre al museo. Aquí entra el público más heterogéneo, por lo que la oferta de actividades tiende a ser lo más diversa posible. Estas actividades son organizadas, programadas y sistemáticas, tienen día y hora de realización, pero son ajenas a las instituciones formales de educación, características por tanto de la educación no formal, y están verdaderamente diseñadas para educar, ya que lo que se pretende mediante ellas es dar a conocer, divulgar, comunicar en definitiva, mensajes e ideas contenidas en la colección: cursos, talleres o conferencias responden a esta intención didáctica, pero también ciclos de cine o música relaciondos con aspectos de la colección del museo. Éste, si quiere realmente estar al servicio de la sociedad, no debe olvidar que el público es efectivamente algo más que escolares y universitarios.

Thomas Struth, Museo del Prado, año 2005. Struth observa y fotografia a visitantes en los museos más famosos del mundo. Con su trabajo nos invita a reflexionar cómo nos comportamos en esos espacios y ante grandes obras de arte.


Aún así, y desde la clasificación de Coombs, existe un tercer ámbito educativo más propio de los museos. Es un modelo que normalmente pasa inadvertido, quizá por su carácter las más de las veces espontáneo y desinteresado, a pesar de lo importante que es para conformar una visión del mundo libre y responsable en cada persona. Es lo que se conoce como educación informal. Encontramos situaciones de aprendizaje informal prácticamente a diario, leyendo una revista, viendo un documental en la tele, durante un viaje, con amigos, solo, en familia... Es decir, pueden tener lugar en cualquier momento y a través de casi cualquier medio. Es un proceso que, al contrario de la educación formal y la no formal, dura toda la vida. No hay proyecto ni planificación previo, no obedece a objetivos previos, no hay nada sistemático, o mejor, todo ello depende de la voluntad de cada una de las personas. De hecho es una modalidad de aprendizaje eminentemente práctica, porque responde a intereses y motivaciones personales, se corresponde con vivencias y experiencias, son conocimientos verdaderamente percibidos como concetados con la realidad por la persona que los adquiere. A pesar de sus carencias, me parece importante de todas formas darle valor a este modelo: es una educación que favorece un aprendizaje del tipo del que el filósofo y pedagogo John Dewey calificó como un aprendizaje llevado a cabo desde dentro, opuesto a ese que nos viene impuesto desde fuera por un sector experto que nos está diciendo lo que tenemos que aprender para "tener éxito" en la vida. 

Coombs reconoce también limitaciones en la educación informal: la adquisición de conocimientos puede estar aquí tremendamente sesgada y condicionada por el entorno -humano, social, laboral, geográfico incluso- que rodea a la persona, faltando muchas veces una visión más de conjunto. Así, en un entorno de falta de acceso a la cultura, ya sea por cuestiones sociales y/o tecnológicas -ausencia de escuelas o bibliotecas públicas, o de los mismos museos; dificultad de acceso a internet y redes sociales; falta de las condiciones higiénicas y de seguridad mínimas; etc.- la educación informal será muy deficitaria, cuando no escasa.

Ante las limitaciones de la educación informal, Coombs opina que estos tres modelos, formal, no formal e informal, deben ser complementarios y reforzarse entre sí para asegurar el éxito de la educación. En este sentido, Coombs de hecho no habla de destruir el modelo formal de educación y sustituirlo por otro, sino de renovarlo a través de la definición de otros modelos como los comentados. Tras la constación de la crisis de la educación, la revisión llevada a cabo por Coombs y su equipo ha propiciado de hecho el intercambio de recursos y estrategias entre los distintos modelos, por lo que en la práctica no se los puede ver como compartimentos estancos, sino que existe más bien como predominio de unas tradiciones sobre otras, según momento histórico o gobierno al poder.

Opino sin embargo que si se considera al museo como una institución educativa no lo será realmente en la medida en que sirva de herramienta de apoyo a curriculum y programas del sistema educativo reglado -como parte de la educación formal por tanto- ni cuando se limite a transmitir, aunque sea de forma más digerible, el discurso elaborado por la ciencia académica, llámese esta historia, historia del arte, arqueología, etc. -es decir, basándose en la educación no formal-. Los museos de arte y las obras que contienen reúnen muchas veces una colección de saberes y conocimientos de un potencial enorme para reflexionar, indagar, conocernos a nosotros mismos como seres humanos, más allá de la mera estética o historiografía. Pienso que, en la medida en que amplía además las posibilidades del entorno y posibilita a su vez el crecimiento de los ciudadanos, sólo desde la óptica de la educación informal puede contribuir el museo a la educación integral de la persona. Vayan a esos museos con la intención de aprender o no. Se trata al fin y al cabo de darle espacio al ciudadano, libre porque responsable, que ha elegido estar ahí, haciéndole ver que su opinión y sentimientos cuentan, valen,  más allá del mensaje legitimado por lo académico. El museo no puede ser ya un instrumento de poder más del gran discurso, ni de la élite ni de la ciencia.

La cuestión es cómo permitir que se produzca una situación de educacion informal como la aquí señalada.

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