«Esto no es para mí»: educación y museos (y II)



En 1968, el mismo año que Philip H. Coombs publicaba su informe-libro sobre la crisis mundial de la educación, aparece otro texto clave para la revisión de la enseñanza, La vida en las aulas, de Phillip Jackson -por cierto, no confundir con el antiguo entrenador de basket de los Bulls o Lakers-. En este libro se menciona por primera vez un concepto actualmente bastante familiar para las personas que se dedican a la enseñanza. Aunque rechazado, ignorado, minimizado las más de las veces, al menos hoy en día este concepto está siempre planeando, directa o indirectamente, sobre las cabezas de la mayoría del personal de educación. En definitiva, se le reconoce su existencia. Me refiero a lo que se conoce como curriculum oculto. Os dejo con la descripción e interpretación del asunto que hace una profesora universitaria de la que quiero hablar hoy, María Acaso:

El principal objetivo del curriculum oculto es perpetuar de forma implícita un conjunto de conocimientos que no resultaría correcto tratar de forma explícita a través del discurso educativo, por ejemplo, el posicionamiento del centro en cuanto a los sistemas de reparto de poder, el alineamiento con una clase social determinada o el privilegio de una raza, de un género, de una cultura, de una religión (además de muchas otras nociones, como un determinado tipo de arte, o un determinado enfoque sobre la historia o un sistema específico de entender las matemáticas, entre otras) sobre las demás. Pero sobre todos sus requerimientos, su principal objetivo es perpetuar las bases del sistema capitalista, es decir, perpetuar el actual reparto asimétrico del poder.


María Acaso se dedica a estudiar cómo funciona esto de la educación en los museos, de si es posible o no. Su propuesta es trasladar esa noción del curriculum oculto de las escuelas y universidades, es decir, de la realidad propia de la educación formal -ver post anterior- al ámbito de los museos. Existe así, según ella, un curriculum oculto visual. Muy en resumen, no es otra cosa que el antiguo tema de la imagen y su intencionalidad. Nuestra forma de hablar, movernos, vestirnos, la decoración de nuestra casa, los libros, pelis, series etc. que vemos y de las que (y cómo) hablamos, transmiten al fin y al cabo una serie de creencias y sistemas de valores que esperamos sea bien recibida por interlocutores ideales a los que queremos satisfacer. Seamos conscientes de ellos o no, nos movemos en una sociedad mercantilista que provoca el que nuestras relaciones se establezcan en base al escaparate que presentamos. El que nos dirijamos a los demás mostrando sólo aquello que consideramos digno de vender, perdón, de ver. Como dice la propia María Acaso, «básicamente todo lo que hacemos está organizado desde la direccionalidad porque cuando decido poner o no cebolla en la tortilla de patatas estoy (inconscientemente) pensando en la reacción de deseo de quien se la comerá».

Al igual que las personas, el museo, siguiendo en definitiva una estrategia cercana a la mercadotecnia, también habla, se decora, se viste, de una forma precisa con el fin de satisfacer a un espectador ideal, ese que se amolda perfectamente a los intereses y expectativas del propio museo. Margaret Lindauer, otra investigadora de los museos, explica muy bien qué es esto del espectador ideal mediante su clasificación de los tipos de visitantes de museos. Así, distingue Lindauer entre un "visitante tipo" que representa el promedio de todos los usuarios del museo en términos de educación, estatus socioeconómico, identidad étnica o racial, y un "visitante ideal", aquel que ideológica y culturalmente se siente cómodo con la información presentada en la exposición. Y aquí pienso que falla algo: si el museo está al servicio de la sociedad y su desarrollo, entendida esta sociedad en su conjunto, sin distinciones, ¿por qué entonces prefiere un tipo de visitantes concreto, excluyendo a otros? ¿No se abren las puertas de las colecciones de los antiguos estamentos privilegiados para que todo el espectro social pueda disfrutar de algo, recordémoslo, que es suyo? ¿No existía en el museo la misión de educar? Atención, no me parece mal que el museo adopte técnias del mundo del marketing para atraer a más visitantes, lo que no me parece bien es que se aproveche esta circunstancia para desarrollar un curriculum oculto en definitiva excluyente.

Acaso y Ellsworth, a dúo.
María Acaso ha colaborado con la experta en comunicación Elizabeth Ellsworth con el fin de intentar aclarar cómo los museos escogen a sus visitantes, mediante por ejemlo el curriculum oculto visual. Ellsworth constata que es muy difícil escapar de esa intencionalidad, direccionalidad dice ella, con que se construyen los museos, la enseñanza y toda nuestra industria cultural. Nada es desinteresado, ni siquiera el típico espacio del "cubo blanco", que muchos museos han incorporado como sistema de decoración aparentemente neutral, ya que éste se nos presenta como un espacio apropiado para cierto público aséptico y snob; se asocia así a un concepto de clase vinculado a la alta cultura.


Ante la inevitabilidad de escapatoria, la propuesta de Ellsworth, a la que se suma Acaso, es la de trabajar con modelos no resueltos. Un ejemplo de modelo resuelto, y cito de estas autoras, en el caso del cine, sería Pretty Woman. Es una película que plantea un modelo de direccionalidad excesivamente resuelto: o eres una princesa o eres una prostitua, no un poquito de cada según el día, todo muy blanco o negro. Otro ejemplo es un curso de formación de profesorado: o eres autoritario o eres "blando". Y ya en el ámbito del museo, María Acaso, junto con su equipo de investigadoras, y partiendo de la pregunta ¿quién piensa este museo que eres tú?, ha analizado de manera muy divertida una serie de museos muy populares con el fin de esclarecer sus respectivos curricula -perdón por el latinajo- ocultos visuales, haciendo ver además cómo éstos condicionan no sólo su visita, sino que incluso determinan un visitante ideal muy concreto. Así se enumeran los siguientes casos: la señora con abrigo de visón en los museos tradicionales como el Thyssen de Madrid; el freaky blanquecino en los museos supratecnológicos del tipo cubo blanco ya comentado como el LABoral; la madre de familia de 40 años en el museo como centro comercial que supone la Tate Modern de Londres; o la okupa de un museo como (falso) centro autogestionado ejemplificado en el Matadero de Madrid. Todos son buenos ejemplos de esa intencionalidad / direccionalidad cerrada, que acepta a un tipo de visitantes y margina a otros, manifestada en un curriculum oculto visual que se hace evidente y que enmascaran una visión a su modo ideal de la sociedad, en unas pedagogías «que el tiempo y la repetición vuelven invisibles». 


María Acaso en el Thyssen: ¿voy lo suficientemente bien vestida para entrar aquí?


Del mismo modo que resulta más que díficil derribar todo el sistema educativo y empezar de cero, es igualmente complicadísimo luchar contra estas imágenes de los museos, menos aún cambiar sus espacios, ya que como se ve una parte muy importante de la imagen de los museos es la propia envoltura física, su arquitecura. Lo que sí es posible es cambiar la manera de comunicarse, y esto es posible si no se busca un espectador-visitante (o estudiante en el caso de la enseñanza reglada) ideal que cumpla con ciertas expectativas. Fuera de moldes y patrones preestablecidos: de nuevo si la educación es para todo el espectro social, el museo también lo debe ser, y si bien su arquitecutra puede de primeras excluir a a algunos, al menos que sus prácticas educativas favorezcan la apertura. De lo contrario pueden darse situaciones como ésta que narra María Acaso, y que seguro que más de uno o una ha vivido, si no en sus carnes, al menos en las de un hijo, prima o estudiante y que se dan en los casos de modelos resueltos:

... la sensación de pequeñez que generan la mayoría de las entradas a los grandes museos [los llamados museos-templo], constituyen un sistema de comunicación que te obliga a situarte en una posición determinada, la mayoría de las veces estas entradas te están diciendo "eres un ignorante" y esta direccionalidad modifica por completo tu capacidad de aprendizaje porque, si quieres aprender algo, ¡¡te tienes que rebelar!! Tienes que decirle al museo: paso de ti.

Por contra, Ellsworth habla de que los modelos no resueltos te plantean muchas opciones y «dejan que el espectador decida». ¿Qué espectador? El espectador ideal, que sólo se siente cómodo según qué museo no, desde luego. De la clasificación de visitantes de museos que enumera Margaret Lindauer, hay un tercer tipo del que hasta ahora no se ha hablado aquí, que es el visitante crítico, un espectador que no se contenta con lo que le imponen desde fuera y que analiza, cuestiona, sospecha, siguiendo su criterio personal. Yo añadiría que, además de crítico -porque me parece una palabra a veces incluso arrogante-, un espectador abierto a recibir las opiniones de los demás: en este sentido espontáneo, no mecanizado tampoco por sus propios prejuicios. Esté en lo cierto o no, es el tipo de espectador que pienso cuadra bien con ese aprendizaje de la educación informal del que hablé en la primera parte de este post. Mediante acciones educativas no elitistas y en conexión con las historias reales de cada uno, los museos, pero también la escuela, la universidad, toda institución "encargada" de la educación en fin, podrán jugar un papel en la educación de ciudadanos abiertos al aprendizaje de experiencias y conocimientos no sólo formales. El diálogo entre todos los profesionales de estas instituciones, más allá de cumplir objetivos del curriculum (oculto u oficial), pienso que sería una condición indispensable para favorecer una transformación de la sociedad basada en el encuentro y la inclusión de cuantos más elementos mejor.

¿Que es difícil? Sí, del mismo modo que lo es cambiar como ya he dicho la enseñanza formal básica. Pero que es posible integrar, compartir e intercambiar modelos y estrategias, pues también. En los museos y en la enseñanza. En definitiva, en la educación.




P.S.: queda pendiente dedicarle una entrada al "otro" Phil Jackson. Os dejo con él a modo de despedida:


Un coach de los de verdad. ¡Gracias Phil por tanto buen basket!

1 comentario:

  1. Recientemente he leído en "El Tío Tungsteno", de Oliver Sacks, una bonita aproximación desde la experiencia de la relación entre museos (en este caso de ciencias), educación informal y espacio de libertad en el aprendizaje. Me ha encantado, os la dejo por aquí.

    "Los museos, sobre todo, me permitían deambular a mi aire, ir de una vitrina a otra, de una pieza a otra, sin verme obligado a seguir ningún programa, ni asistir a clases, ni hacer exámenes, ni competir. Permanecer sentado en la escuela me parecía algo pasivo, impuesto, mientras que en los museos uno podía mostrarse activo, explorar, igual que en el mundo [...]. Los museos me hicieron querer entrar en el mundo y explorarlo por mí mismo, ser geólogo, coleccionista de plantas, zoólogo o paleontólogo."

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