Grande Raccordo Anulare (y II)


22 de enero de 2015

En este año recién terminado me dio por ver la serie True Detective y, como a más de uno o una le ha pasado, quedé fascinado a momentos por el personaje de Rust Cohle, por su drama interior y sus peculiares y a veces divertidas divagaciones filosóficas. En cierta ocasión, en un viaje en coche con su compañero Marty, Rust nota algo en el ambiente que le despierta el mal sabor en la boca... a aluminio, cenizas... Una sensación de estar atrapado en algo de lo que no puede salir, una condena, una obsesión por el tiempo entendido como algo cíclico. Los hechos se repiten, pasan una y otra vez sin solución de continuidad, es más, lo que hacemos en esta vida no es posible cambiarlo porque se repetirá en la siguiente. Esta cuestión se traduce en la imposibilidad de no poder reparar nada, lo cual para Cohle es motivo de un constante pesimismo. 


Un fugaz momento en el que una bandada de pájaros dibuja una espiral en el aire.
Visión o certidumbre de Rust Cohle (Matthew McConaughey) en True Detective


La idea de un eterno retorno está en Friedrich Nietzsche; nunca me queda muy claro a qué se refiere con estas palabras este filósofo igual de atormentado que el personaje de Matthew McConaughey en la serie, de hecho se me suele olvidar. En estas situaciones acudo a una Historia de la Filosofía que desde aquí recomiendo, la de Gilbert Hottois. Busco de nuevo entre sus páginas a Niezsche y leo que el propio Nietzsche consideraba eso del Eterno Retorno de lo Mismo como la idea más difícil y terrible. Cito de Hottois:

«En efecto, si el tiempo es infinito, se puede pensar que todo -todas las constelaciones de fuerzas y de formas, todas las configuraciones espacio-temporales, todas la alegrías y todos los sufrimientos- volverá, y volverá una cantidad infinita de veces, es decir, eternamente. Cada instante es como eterno, y también cada acto. El individuo con la fuerza suficiente como para soportar esta idea no tiene ninguna razón para lamentar haber hecho o no haber hecho tal o cual cosa, pues desde una eternidad y por la eternidad eso fue y será realizado de esa manera. Así se descubrirá, según Nietzsche, la inocencia del devenir y el amor fati (el amor del destino). Al acceder a ese nivel de conciencia, el individuo coincide con la voluntad de poder y con la finalidad. Un hombre así es sobrehumano: imprimir en el devenir el carácter del ser es la forma superior de la voluntad de poder... Decir que todo vuelve es aproximar al máximo el mundo del devenir y del ser: cima de la contemplación.»

A la luz de esta declaración de Nietzsche, Cohle, pues, evidentemente, no soporta la idea, al menos al principio de la serie. Es consciente de que no puede controlarlo todo, de que en realidad no es responsable de sus actos, pero un fuerte resquemor, que se puede llamar orgullo o importancia personal, le impide aceptar eso que se le presenta como una verdad; se resiste, lucha contra la inocencia del devenir y el amor del destino, y eso le impide dejarse llevar. Hay mucha ira y deseo de venganza: el tiempo, el mundo todo, parece deberle algo.

Ni Nietzsche ni Cohle hablan del karma, aunque la idea está latente. Tampoco hablan de lo que ciertas tradiciones espirituales de la India llaman Rueda del Samsara, ese círculo en torno al cual giramos, condenados a repetirlo y repetirnos y que nos produce sufrimiento.

Budistas como Pema Chödrön nos recuerdan que esto se produce en la media en que nos apegamos a las cosas que nos gustan y rechazamos las que no. Así, nos gustan las alabanzas, el reconocimiento público, la ganancia, y nos aferramos a ello, haciendo que nuestra vida gravite en torno al placer y al miedo a perderlo. Del mismo modo rechazamos -en realidad, tratamos de- la crítica, la culpa, el fracaso o el abandono. Se configura así una realidad dualista, de pares de opuestos, que nos dividen y nos sumergen en esa noria que es el samsara.

Por lo demás, no quiere esto sugerir que neguemos las cosas que nos generan placer, sino que tengamos atención de no engancharnos a ella. Porque cuando no estén esos placeres, sufriremos. Mientras estemos atrapados en ese círculo del deseo, el apego y el rechazo de la experiencia, seguiremos girando en ese gran anillo del samsara. La vida de todos modos nos va dando pistas, señales si se quiere, de dónde estamos: en forma de tensiones musculares, reacciones del cuerpo casi siempre, experiencias dolorosas de pérdida, rechazo, abandono o desamparo. Si nos resistimos, si intentamos corregir esa postura dolorosa o esa sensación triste que tenemos, volveremos a luchar contra la inocencia del devenir y el amor del destino, como hizo Cohle. En lugar de ello, estas experiencias son presencias, atajos si no para salir, al menos para ver la rueda. Los mensajes aparecerán una y otra vez, tomando formas diversas que siempre querrán mostrarnos que bajo la rueda se esconde esa única cuestión esencial.

El universo no conspira contra uno...
¿O va a querer la vida hacernos daño?

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