Encuentros

30 de enero de 2015

En los comienzos de su proceso como buscador espiritual, el misterioso Gurdjieff habló una vez dedicándole un libro de sus Encuentros con Hombres Notables, personas de las que aprendió, en un primer momento uno está tentado a decir, de su ejemplar presencia, de su largo camino recorrido, de una honda y continuada trayectoria como rastreadores de la verdad, de su inalcanzable status de sabiduría, pero…

Últimamente estoy teniendo encuentros con personas, no solo hombres, también mujeres, notables. No son gurús, ni chamanes, no son grandes sabios que viven en la montaña; no hay entre estas personas hombres de blanca y larga barba ni mujeres envueltas en humildes pero bellas túnicas junto al fuego de un oráculo. Son personas en un principio normales, algunas de ellas viejas amigas mías, otras, personas que hacía tiempo que no veía y con las que no me atrevía quedar porque, pensaba por vergüenza y desvalorización hacia mí, no tenía nada que contarles. No obstante, me decido no solamente a encontrarme con estas personas sino a procurar simplemente estar. Escuchándolas, empiezo a sentir sus historias: ese día en que él pasó por una situación de pánico y experimentó el desamparo más absurdo cuando no tenía dinero en el aeropuerto y habían perdido sus maletas. Aquella otra que llegó a su casa después de un malísimo día de trabajo y encontró su habitación especialmente vacía y se lamentó de no tener una pareja que le arrope en esas noches solitarias. Aquella otra, en fin, que se da cuenta de que su pareja no es consciente, porque no la ve actualmente, de cómo está ella. Al mismo tiempo, les comento mis dilemas cotidianos, mis dudas y miedos actuales, dónde estoy en definitiva. También les comento mis alegrías, mis pequeños logros, a la vez que estas personas me recuerdan sus recientes momentos felices junto con los tristes, lo que se pueda en fin, sin forzar pero sin enmascarar, porque no hay necesidad. Y noto cómo el encuentro -que quizá había casi planificado, seleccionando aunque fuera inconscientemente los temas de los que podría hablar, tal vez incluso la ropa con la que me iba a presentar- ese encuentro pre-programado en mi mente desaparece y se convierte en una sorpresa. Se convierte en un verdadero encuentro.

Entonces a su vez estas personas se convierten, quizá podrían llevar esas barbas blancas y largas o esas túnicas de sacerdotisa de las que antes hablé. Entonces los hombres notables de Gurdjieff fueron posiblemente eso, gente que ha vivido y vive y se muestra contigo. Y todo ese largo camino que supuestamente llegaba a una meta en la que terminar se vuelve un algo inexistente. Cuando cada persona es un espejo, una oportunidad para encontrarse con uno mismo. 

Grande Raccordo Anulare (y II)


22 de enero de 2015

En este año recién terminado me dio por ver la serie True Detective y, como a más de uno o una le ha pasado, quedé fascinado a momentos por el personaje de Rust Cohle, por su drama interior y sus peculiares y a veces divertidas divagaciones filosóficas. En cierta ocasión, en un viaje en coche con su compañero Marty, Rust nota algo en el ambiente que le despierta el mal sabor en la boca... a aluminio, cenizas... Una sensación de estar atrapado en algo de lo que no puede salir, una condena, una obsesión por el tiempo entendido como algo cíclico. Los hechos se repiten, pasan una y otra vez sin solución de continuidad, es más, lo que hacemos en esta vida no es posible cambiarlo porque se repetirá en la siguiente. Esta cuestión se traduce en la imposibilidad de no poder reparar nada, lo cual para Cohle es motivo de un constante pesimismo. 


Un fugaz momento en el que una bandada de pájaros dibuja una espiral en el aire.
Visión o certidumbre de Rust Cohle (Matthew McConaughey) en True Detective


La idea de un eterno retorno está en Friedrich Nietzsche; nunca me queda muy claro a qué se refiere con estas palabras este filósofo igual de atormentado que el personaje de Matthew McConaughey en la serie, de hecho se me suele olvidar. En estas situaciones acudo a una Historia de la Filosofía que desde aquí recomiendo, la de Gilbert Hottois. Busco de nuevo entre sus páginas a Niezsche y leo que el propio Nietzsche consideraba eso del Eterno Retorno de lo Mismo como la idea más difícil y terrible. Cito de Hottois:

«En efecto, si el tiempo es infinito, se puede pensar que todo -todas las constelaciones de fuerzas y de formas, todas las configuraciones espacio-temporales, todas la alegrías y todos los sufrimientos- volverá, y volverá una cantidad infinita de veces, es decir, eternamente. Cada instante es como eterno, y también cada acto. El individuo con la fuerza suficiente como para soportar esta idea no tiene ninguna razón para lamentar haber hecho o no haber hecho tal o cual cosa, pues desde una eternidad y por la eternidad eso fue y será realizado de esa manera. Así se descubrirá, según Nietzsche, la inocencia del devenir y el amor fati (el amor del destino). Al acceder a ese nivel de conciencia, el individuo coincide con la voluntad de poder y con la finalidad. Un hombre así es sobrehumano: imprimir en el devenir el carácter del ser es la forma superior de la voluntad de poder... Decir que todo vuelve es aproximar al máximo el mundo del devenir y del ser: cima de la contemplación.»

A la luz de esta declaración de Nietzsche, Cohle, pues, evidentemente, no soporta la idea, al menos al principio de la serie. Es consciente de que no puede controlarlo todo, de que en realidad no es responsable de sus actos, pero un fuerte resquemor, que se puede llamar orgullo o importancia personal, le impide aceptar eso que se le presenta como una verdad; se resiste, lucha contra la inocencia del devenir y el amor del destino, y eso le impide dejarse llevar. Hay mucha ira y deseo de venganza: el tiempo, el mundo todo, parece deberle algo.

Ni Nietzsche ni Cohle hablan del karma, aunque la idea está latente. Tampoco hablan de lo que ciertas tradiciones espirituales de la India llaman Rueda del Samsara, ese círculo en torno al cual giramos, condenados a repetirlo y repetirnos y que nos produce sufrimiento.

Budistas como Pema Chödrön nos recuerdan que esto se produce en la media en que nos apegamos a las cosas que nos gustan y rechazamos las que no. Así, nos gustan las alabanzas, el reconocimiento público, la ganancia, y nos aferramos a ello, haciendo que nuestra vida gravite en torno al placer y al miedo a perderlo. Del mismo modo rechazamos -en realidad, tratamos de- la crítica, la culpa, el fracaso o el abandono. Se configura así una realidad dualista, de pares de opuestos, que nos dividen y nos sumergen en esa noria que es el samsara.

Por lo demás, no quiere esto sugerir que neguemos las cosas que nos generan placer, sino que tengamos atención de no engancharnos a ella. Porque cuando no estén esos placeres, sufriremos. Mientras estemos atrapados en ese círculo del deseo, el apego y el rechazo de la experiencia, seguiremos girando en ese gran anillo del samsara. La vida de todos modos nos va dando pistas, señales si se quiere, de dónde estamos: en forma de tensiones musculares, reacciones del cuerpo casi siempre, experiencias dolorosas de pérdida, rechazo, abandono o desamparo. Si nos resistimos, si intentamos corregir esa postura dolorosa o esa sensación triste que tenemos, volveremos a luchar contra la inocencia del devenir y el amor del destino, como hizo Cohle. En lugar de ello, estas experiencias son presencias, atajos si no para salir, al menos para ver la rueda. Los mensajes aparecerán una y otra vez, tomando formas diversas que siempre querrán mostrarnos que bajo la rueda se esconde esa única cuestión esencial.

El universo no conspira contra uno...
¿O va a querer la vida hacernos daño?