El mínimo equipaje posible



Conil, 7 de julio de 2013


Muchas veces, cuando voy a mudarme, pienso que por el simple hecho de cambiar de residencia todo va a ir a mejor. Todo lo incómodo, pesado, difícil, va a quedar atrás, en mi anterior casa, y nada de eso me va a acompañar a mi próximo destino. En realidad, y esto creo que lo saben todas las personas que hayan hecho una mudanza, las mismas preocupaciones, miedos o inseguridades que teníamos ya al empezar el viaje, desde nuestro punto de partida, pueden estar esperándonos nada más abramos la puerta del nuevo hogar. Vamos, que viajan con nosotros y nosotras. Esto pasa siempre y cuando hayamos puesto en ese cambio de casa el deseo de solucionar, si no todos, al menos la mayoría de nuestros problemas. Al fin y al cabo, es una huida de un presente insatisfactorio a un futuro prometedor. Ahí está la verdadera gran evasión, un futuro que siempre se vuelve inalcanzable y una mirada al pasado que en muchas ocasiones, desde esa perspectiva, se carga de la melancolía de lo que pudo ser.


Si hablamos de un cambio de residencia a otro país, estas ilusiones, expectativas, incertidumbres, como se quieran llamar, sobre el ir a mejor se ponen aún más en evidencia. Y si se produce un ir y venir, un dejar personas y motivaciones en una orilla y empezar proyectos en la otra, la intensidad de las vivencias puede tomar la forma de conflicto. La sensación de separación, de no pertenencia, lleva a veces a entristecernos, a enfadarnos, a proyectar nuestras frustraciones personales en el país "de acogida", al ver que ese nuevo destino no ha cumplido nuestros deseos. Amin Maalouf, libanés que vive en Francia, autor de populares novelas históricas como Samarcanda o León el Africano, cuenta desde su propia experiencia en un librito llamado Identidades asesinas ese extrañamiento de la persona migrante que vive a caballo entre dos aguas. Cuenta también cómo esas insatisfacciones personales pueden generar insatisfacciones entre colectivos, entre naciones. 


En la medida en que somos el mundo, el conflicto interno se hace externo, y esta confrontación, apunta Maalouf, está en el origen de la guerra. Por contra, en la medida a su vez en que no hacemos separaciones e integramos en lo posible lo que nos pasa, participamos más, es decir, somos parte, pertenecemos al planeta y a la realidad. Usted es el mundo.  


«La cordura es una estrecha senda que discurre por la cresta de una montaña, entre dos precipicios, entre dos concepciones extremas. En el caso de la inmigración, la primera de esas dos concepciones extremas es la que ve el país de acogida como una página en blanco en la que cada cual puede escribir lo que quiera, o, peor aún, como un solar desocupado en el que cada cual puede instalarse con armas y bagajes, sin cambiar lo más mínimo sus gestos y sus costumbres. En la otra concepción extrema, el país de acogida es una página ya escrita e impresa, una tierra cuyas leyes, valores, creencias y características culturales y humanas ya se habrán fijado para siempre, de manera que los inmigrantes no tienen más remedio que ajustarse a ellas.

A mi juicio, estas dos concepciones son por igual carentes de realismo, estériles y nocivas. Podría decírseme que las he presentado como una caricatura. No lo creo, por desgracia. Además, aun suponiendo que efectivamente así fuera, las caricaturas no son inútiles, pues nos permiten calibrar lo absurdo de nuestras posiciones si las lleváramos hasta sus últimas consecuencias; habrá quienes seguirán obstinándose, pero los que tienen sentido común darán un paso adelante hacia el evidente terreno del punto medio, es decir, que el país de acogida no es ni una página en blanco ni una página acabada, sino una página que se está escribiendo.»



Dedicado a mi amigo Carlos P., que hará un año, por esta zona del sur de Europa cerquita de África, me habló de este libro.

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