2 de abril de 2013
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Ken Robinson sobre sus propios pies |
Alexander
Lowen, en su libro Bioenergética, llamaba la atención sobre el siguiente
aspecto referido a la educación física:
«Hoy tendemos a afirmar que la dicotomía o pareja mente y cuerpo es producto del pensamiento humano, que mente y cuerpo constituyen en realidad, una misma cosa. Durante mucho tiempo influían recíprocamente, pero no estaban directamente relacionadas. Este modo de pensar no ha cambiado del todo. Nuestro proceso docente está todavía dividido entre educación mental y física, que no tienen nada que ver la una con la otra. Pocos maestros de educación física creen que pueden afectar a la capacidad de aprendizaje del niño con sus programas gimnásticos o atléticos. Y en realidad rara vez ocurre así. Sin embargo, si la mente y el cuerpo son uno, la auténtica educación física debería ser simultáneamente mental y viceversa.»
Leyendo
esto, me acordé de lo que decía Ken Robinson -creo que voy a citar a este señor más de una vez todavía- sobre los académicos, los
profesores de universidad en general, describiéndolos como seres que viven en su mente, cabezas sin cuerpo,
es decir, seres para los que el cuerpo sólo sirve para transportar la cabeza
pensante y parlante de un lugar a otro, de una clase a una conferencia, de una
conferencia a un simposio y etc.
Yo he sido también así, bueno, muchas veces todavía soy un ser de esos. Aquí hay
algo que falla.
Me parece
especialmente relevante el papel que tiene la asignatura escolar de educación
física en la creación de nuestra sociedad actual ansiosa y obsesionada por el
cuerpo. Ésta se basa efectivamente en una separación entre cuerpo y mente. El
intelectual, el académico, elige una vía en la que el cuerpo y su aceptación
por uno mismo importan bien poco. De hecho, prácticamente no existe para muchos
de ellos. El deportista, a su vez, se encuentra en una disposición anímica y de
aceptación de su capacidad intelectual totalmente opuesta. Estos dos son los
ejemplos extremos, pero entre ellos surgen diversos sentimientos de culpa de
muchas personas por no estar cuidando uno de esas dos partes, por alejarse de
uno de los dos extremos. Pienso además que ciertamente se perciben socialmente
como extremos, sin tener que ver una cosa con la otra.
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Esta historieta, exageración de la distinción habitual entre mente y cuerpo, ilustra bastante bien la idea de Ken Robinson. Extraída de El cuerpo recobrado de Michael Gelb |
Con esto no
quiero decir que un profesor universitario, un doctor en medicina o un
ingeniero no vayan los 7 días de la semana a hacer jogging, bicicleta o
gimnasio, o que echen su partidito de fútbol de fin de semana. No, lo que veo
es que se entienden como dos tipos de actividades totalmente separadas.
Se basan en la creencia de que hay que estar en forma. Atléticamente en forma.
De nuevo,
opino que la base de esta separación, el comienzo al menos de esa división es,
como apunta Lowen, la asignatura de educación física. En ella se nos impone una
especie de ideal atlético, gimnástico, al que más o menos nos tenemos que
amoldar. El estilo, el modo de hacerlo, se asemeja mucho a la instrucción
militar. Los griegos, de los cuales hemos supuestamente heredado las olimpiadas
y gran parte de las actuales disciplinas deportivas, entendían el deporte de
hecho como una preparación para la guerra.
Es verdad
que existen profesores que se adaptan en la medida de lo posible a las
capacidades y limitaciones de los niños, recomendándoles, a ellos directamente
o a través de sus padres, que se centren mejor en tal o cual disciplina
deportiva, aquella en la que se les ve con mejores condiciones (un niño robusto
pero lento es mejor para lanzar un peso que para los 100 metros lisos, por
ejemplo). Pero lo cierto es que su función se asemeja entonces a la del scouting, al llamado cazatalentos, que
incluso puede introducir, aunque sea de manera inconsciente, ideales de éxito
deportivo en los chicos que los aparten de los estudios. O mejor, que los hagan
separar estudio y deporte, mente y cuerpo.
Recuerdo muy
bien cuando acudíamos a las clases de educación física en la escuela. Había
básicamente dos opciones, que los niños percibíamos como propias de un buen o
un mal maestro: hacer ejercicios que nos machacaban y que literalmente nos eran
ajenos a nuestro sentido del juego, como dar la vuelta en carrera un número de
veces determinado al patio del recreo, o bien el profesor daba una patada al
balón de fútbol y todos corríamos tras él a formar equipos porque, aunque a
algunos se nos daba fatal eso del fútbol, al menos se nos daba la oportunidad
de desfogarnos, de descargar energía y tensiones, de jugar con nuestros amigos
incluso. Era fácil imaginar así quién era percibido como buen maestro de
educación física por los niños.
En
secundaria, cuando se es adolescente, la cosa cambiaba, creo que aún a peor.
Por lo pronto, a esa edad ya se había definido quién era “bueno para el
deporte” y quién no, por lo que para algunos esa hora y algo de educación
física suponía una bendición, una pausa de descarga, si bien para otros en
cambio era un suplicio. En cualquier caso, el tiempo de la educación física era
en el fondo entendido por todos como algo totalmente inútil, una hora de
relleno con la que justificar el curriculum académico ante la administración y los padres, haciendo a estos entender que también se cuidaba en la escuela el
aspecto físico del niño, todo lo cual se efectuaba dando gusto al viejo adagio
latino de mens sana in corpore sano.
Ay.
La
asignatura de educación física en secundaria era vista en cualquier caso como
una asignatura maría, que no contaba para el expediente académico final, con lo
que se terminaba convirtiendo en un verdadero sinsentido. Creo que en gran
parte era responsable de esa percepción de la asignatura la escasa valoración
profesional que se le tiene al propio maestro de educación física. Si ya el
cuerpo de maestros es percibido, al menos en España, como una profesión propia
de personas de escaso éxito o ambición sociales, aún menos estima se le tiene a
un maestro de educación física. Si pensamos en un maestro o profesor de
matemáticas, bueno, se dice, al menos ha
estudiado, vale más en este sentido que el de educación física. Ahí
empieza. La separación.
Creo que en
el fondo, si miramos con más atención, esta situación, este ejemplo de los
maestros de matemáticas o de educación física, lo que nos revela es la escasa atención y valoración que nuestra
sociedad tiene del cuerpo. Vivimos, y creo que en esto estamos todos de
acuerdo, en una cultura de la imagen, donde el culto al cuerpo a través de la
publicidad, la moda, el deporte de élite o la cirugía, está constantemente
presente. La cuestión es si realmente es un culto al cuerpo o un culto a la
imagen. Las consideraciones filosóficas de este tema son amplias y de profundo
calado histórico, basadas en el ideal logoteórico
de los propios antiguos griegos, inventores del deporte, sí, pero también de la
figura del filósofo. Un ideal que en definitiva, reinterpretado por el
cristianismo y el racionalismo occidentales, ahondó y justificó aún más la
diferencia entre mente y cuerpo.
Lo que en
conclusión aquí nos interesa es resaltar cómo adoramos a un ideal de cuerpo, a
una imagen concreta y supuestamente apropiada del cuerpo, un cuerpo adecuado a
un patrón que, como creación cultural que es, se nos revela como totalmente
arbitrario e impuesto. Adoramos a una imagen del cuerpo antes que a nuestro
propio cuerpo, individual, único y verdadero.
En la
enseñanza de educación física, en lugar de privilegiar la atención y aceptación
de nuestro cuerpo, se pretende la adecuación más o menos uniforme a un ideal de
cómo tiene que ser el cuerpo. Es un ideal construido además desde un concepto
tremendamente gimnástico, maquinal, exigente, al que si no se adapta tu
organismo se suspende la asignatura. La principal motivación, si podemos
llamarlo así, que ejercen los maestros desde su escasa aceptación social (y por
tanto motivación), se basa en la competición, en la comparación, una
comparación que predispone a la aparición de complejos y baja autoestima en
algunos alumnos, o de un falso, por lo efímero, sentimiento de superioridad de
otros, alejando a los niños entre sí, creando conflicto donde debería haber
cooperación y compañerismo. Estableciendo líneas
divisorias en definitiva entre capacidades mentales y corporales,
des-integrando las capacidades que todos tenemos.
Volviendo a
Lowen, y con la excepción extrema de los esquizoides o autistas, «no hay
persona que exista separada del cuerpo vivo en que tiene su ser y a través del
cual se expresa y se relaciona con el mundo que lo rodea». La educación física
sí que influye, claramente en mi opinión, en el proceso de aprendizaje del
niño, en su integración y adaptación al medio social y por tanto, en su propia
aceptación como persona.
Para prestar
atención a nuestro cuerpo lo primero que tenemos que reconocer es la
importancia que tiene el cuerpo en nuestra vida. El componente físico, de
atención al cuerpo, está de hecho totalmente marginado en la educación. Yo he
hablado un poco de mi experiencia y recuerdos de la educación física escolar,
de mis clases de deporte, como
coloquialmente los niños la llamábamos a veces: en definitiva fue nefasto. Creo
que si realizáramos una encuesta entre niños, pero también entre personas
adultas, sobre la educación física, con preguntas dirigidas, para facilitar así
su comprensión, del tipo de cómo nos sentíamos con nuestro cuerpo, con nosotros
mismos, con nuestros compañeros, con los cuerpos de nuestros compañeros… o
simplemente de si hemos aprendido algo. Creo que los resultados serían
igualmente decepcionantes.
Pienso
que la educación física no debería existir como asignatura, al menos no como
asignatura marginal tal y como hoy en día se la suele concebir. Porque
efectivamente se presta poca atención al cuerpo, al cuerpo entendido como parte
integral de la educación, de la creación de nuestra personalidad pero
también de nuestra relación con nosotros mismos, con el mundo y con los otros
seres humanos. Pienso que la atención al cuerpo debería ser transversal, constante
a lo largo de todo el proceso de crecimiento, del niño pero también de la
persona adulta, durante toda la vida. Creo que así se podrían aflojar un
poquito esas tensas líneas que separan en nuestra cultura la mente del cuerpo.
Y acabar así con cuerpos transportadores de cabezas de académicos y superhéroes
de la competición deportiva.
Totalmente de acuerdo contigo, para mí era una clase de la que conseguir escaquearme, y como en lo demás tenía buenas notas los profesores me dejaban no hacer nada...
ResponderEliminarBuen ejemplo esa experiencia tuya, elvir
EliminarUn artículo de ayer sobre el tema
ResponderEliminarhttp://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/04/07/actualidad/1365353331_989212.html