Las ciudades y el nombre



Después de visitar de nuevo Roma,
30 de septiembre de 2014


«Poco sabría decirte de Aglaura aparte de las cosas que los mismos habitantes de la ciudad repiten desde siempre: una serie de virtudes proverbiales, otros tantos proverbiales defectos, alguna bizarría, algún puntilloso homenaje a las reglas. Antiguos observadores, que no hay razón para no suponer veraces, atribuyeron a Aglaura su durable surtido de cualidades, confrontándolas por cierto con aquellas de otras ciudades de su tiempo. Ni la Aglaura que se dice ni la Aglaura que se ve han cambiado quizá mucho desde entonces, pero lo que era excéntrico se ha vuelto usual, extrañeza lo que pasaba por norma, y las virtudes y los defectos han perdido excelencia o desdoro en un concierto de virtudes y defectos diversamente distribuidos. En este sentido no hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y, sin embargo, de ello surge una imagen sólida y compacta de ciudad, mientras menor consistencia alcanzan los dispersos juicios que se pueden enunciar viviendo en ella. El resultado es: la ciudad que dicen tiene mucho de aquello que se necesita para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos.

Si por lo tanto quisiera describirte Aglaura ateniéndome a cuanto he visto y probado en persona, debería decirte que es una ciudad desteñida, sin carácter, puesta allí a la buena de Dios. Pero tampoco ni siquiera esto sería verdadero: a ciertas horas, en ciertos escorzos de calles, ves abrírsete la sospecha de algo inconfundible, de raro, acaso de magnífico; quisieras decir qué es, pero todo lo que se ha dicho de Aglaura hasta ahora aprisiona las palabras y te obliga a redecir antes que a decir.

Por eso los habitantes creen siempre habitar una Aglaura que crece solo con el nombre de Aglaura y no se dan cuenta de la Aglaura que crece en tierra. Y aun yo, que quisiera tener distantes en la memoria las dos ciudades, no puedo sino hablarte de una, porque el recuerdo de la otra, por falta de palabras para fijarlo, se ha dispersado.»



                                                                                            - ITALO CALVINO, Las ciudades invisibles -